jueves, 14 de abril de 2016

EL DILEMA CONFEDERAL


Dos viejos amigos (désele al calificativo “viejos” el valor que cada cual estime adecuado) que son además amigos admirables, Isidor Boix y José Luis López Bulla, ven llegada la hora de la unidad sindical orgánica y proponen sin tapujos, desde ópticas no coincidentes y en algún sentido incluso contrapuestas, resolver la cuestión con la colocación, en el orden del día del gran colectivo de trabajadores asalariados, de un congreso constituyente (1).
La unidad sindical me parece no solo positiva, sino necesaria. Un congreso constituyente no me lo parece tanto. Me refiero a algo que ya apunta López Bulla en su artículo: en esta cuestión, si se obra con precipitación hay bastantes más probabilidades de que las cosas salgan mal, o medio mal, que bien.
Para que salgan bien, sería imprescindible acometer de forma previa dos tareas de una gran envergadura. Voy a ser esquemático. Me refiero a:
A) Organizar sindicalmente a los trabajadores no organizados. Nadie puede desconocer que en el momento actual es muy superior el número de trabajadores no sindicalizados que el de los que sí lo están. Un congreso de unidad celebrado en el corto plazo tendería, en consecuencia, a reducir sus aspiraciones a la mitad, o una parte incluso menor, del objetivo propuesto.
B) Tarea prioritaria del sindicato, frente a la pérdida de cohesión y de identidad de los asalariados, es “la construcción de una nueva visión del empleo y de la sociedad, para aunar nuevas identidades y objetivos”, según expresión utilizada por Ramon Alós en su importante trabajo «El sindicalismo ante un cambio de ciclo» (2).
Asumir las dos tareas supone para el sindicato un dilema de fondo en cuanto a las formas de organizarse y de actuar. La primera tarea llama a la apertura y a la diversificación; la segunda, reclama un acento fuerte en la cohesión y en la elaboración colectiva de una praxis sindical finalista.
Vamos al primer punto. Desde la fortaleza confederal es difícil llegar al trabajador realmente existente; es decir, si nos referimos al retrato robot de la mayoría en clave estadística, al trabajador y aun más a la trabajadora joven, intermitente, con cualificación escasa, que trabaja en una empresa pequeñísima con un contrato informal y dudosamente renovable, o en su defecto trabaja en casa, en curros azarosos y mal pagados, mientras adapta las expectativas de su vida personal a esa realidad sórdida.
De un lado, los mecanismos de intervención sindical de una confederación no están lo bastante afinados para atraer y organizar a ese tipo de “clientela”. Me excuso por la palabra. Sigue siendo verdad, sin embargo, que desde la torre del homenaje se percibe mal lo que ocurre en el foso de los cocodrilos. A la inversa,  son muchos los trabajadores que hoy no encuentran ni incentivos para la sindicación ni un encuadramiento fácil en el organigrama de un sindicato confederal.
La solución organizativa podría estar en agilizar las estructuras de base del sindicato confederal, removiendo sus pilares federales y “externalizando” su acción del mismo modo que hacen las empresas: es decir, trabajando en contacto continuo con estructuras sindicales de pequeño volumen pero muy combativas presentes por ejemplo en las ETT, y con el amplio tejido asociativo compuesto por organizaciones de vecinos, de parados, de usuarios y consumidores, etc.
Dos cuestiones aún, al respecto. Primera, de poco sirven en este contexto los comités de empresa, un esquema que solo es válido para un diez por ciento como máximo de la fuerza de trabajo real. La apuesta organizativa de base debe ir hacia unas secciones sindicales concebidas como colectivos heterogéneos, no solo internos al centro de trabajo sino además inclusivos de toda la periferia asociada a la empresa (ETTs, falsos autónomos, equipo de limpieza contratado, servicios informáticos externos, etc.). Las secciones organizadas de este modo tendrían una gran movilidad de composición y una amplia autonomía de funcionamiento, y se conectarían de forma natural al entorno asociativo en el barrio o en el polígono.
Segunda cuestión, un defecto histórico de las grandes confederaciones ha sido el intento de “patrimonializar” toda la acción sindical, de apropiarse de los resultados concretos de cada lucha, de cada conflicto, para el logo o la “marca”. Existe dirigismo y paternalismo hacia las bases, tanto más en la medida en que esas bases no están afiliadas. Dirigismo y paternalismo son obstáculos objetivos para la afiliación; una confederación sindical no puede equivaler a un supermercado en donde la “clientela” (reincido en el mismo término antipático) se sirva de los productos en oferta en la medida de sus necesidades.
La otra premisa de partida en el trayecto hacia un gran congreso de unidad que no abarque solo a las grandes organizaciones sino a toda una constelación de grupos menores que puedan sentirse cómodos en un contexto estatutario muy laxo, es la tensión ideal hacia una nueva visión del trabajo y de la sociedad. El sindicalismo ha conseguido hasta el momento una autonomía adecuada respecto de la esfera de lo político, pero, en el proceso, ha perdido también influencia en los contenidos del discurso de los políticos. El problema hoy es que, tanto desde el Estado como desde los intereses que mueven a los partidos que aspiran a gobernar, la dimensión del trabajo y la intervención de los sindicatos son vistas como cuestiones accesorias y un tanto engorrosas. Colocar de nuevo el pluriverso del trabajo como eje vertebrador de la sociedad significa una tarea molecular, una reconquista paso a paso de un terreno abrupto. Una labor de hegemonía.
He sido, como anunciaba al principio, muy esquemático en esta exposición. Se me ocurren muchas cosas que añadir y que matizar. Quizás lo haga en otra ocasión, o en otro contexto.

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(1) Para sus aportaciones y argumentos, ver http://pasosalaizquierda.com/?p=1236 y http://pasosalaizquierda.com/?p=1227).