Celebro la Diada en
Egaleo, un municipio de la conurbación de Atenas. Nos rodea, a Carmen y a mí, el
cariño incondicional e institucional de nuestros hijos y nietos – Mijail vino a
recibirnos al aeropuerto enfundado en una camiseta del Barça – y el beneplácito,
más oblicuo pero también indudable, de los dos gatos de la casa, Amedeo y
Margherita, que han expresado su alegría de vernos al modo característicamente
gatuno, es decir, alzando la cola muy tiesa y frotándose contra nuestros
tobillos.
Desde la lejanía he
seguido la declaración oficial del president Puigdemont, en el sentido de que
Sant Jordi nos protege de los dragones feroces que pretenden atenazarnos. No
tengo nada en principio contra las metáforas, pero ocurre con ellas como con
todo, conviene dosificarlas para no pasarse de rosca. Dragones, como meigas,
haberlos haylos. Aquí en Egaleo tenemos a la vista algunos de ellos; por
ejemplo, a tiro de piedra de esta casa, en Eleonas, han asentado de la manera
que se ha podido a un par de miles de refugiados sirios; por lo menos cuatro
veces más numerosos son los que se hacinan en los muelles del Pireo y en las
instalaciones del antiguo aeropuerto de Atenas. No hablo ya de lo que está
sucediendo en Lesbos y en Idomeni. La guerra se siente mucho más próxima desde aquí
que desde Barcelona; la miseria, el desamparo y el hambre quedan mucho más a la
vista. Pero hasta el momento el bienaventurado Jordi de Capadocia no sabe, no
contesta, a tantas peticiones desesperadas de auxilio. No puede descartarse que
se haya alineado con la señora Lagarde, del FMI, que ante el vencimiento
próximo de un plazo de entrega de 3 millones de euros de la deuda griega, y a
pesar de las garantías ofrecidas y de la inminencia de la votación
parlamentaria de una reforma fiscal profunda que mejorará los equilibrios en
las cargas tributarias y las perspectivas de redistribución, ha estimado
necesario reclamar ipso facto un aval sobre dos millones extra (cinco en total,
cuando los que se deben son tres), a fin de mejorar la tranquilidad y la buena digestión
de los ciudadanos de los países acreedores.
Los cuales, dicho
sea sin embargo de lo anterior, siguen llamándose andanas en la cuestión de los
refugiados. Europa es para ellos una realidad virtual, observable a través de
las apps adecuadas y cuantificable en cantidades alfanuméricas que registran en
forma de señales luminosas los volúmenes de deuda y los plazos de vencimiento de
cada uno de los socios hipotéticos. Otras realidades, observables a simple vista
(a ojo desnudo, como se dice en algunas lenguas), no les interesan.
Aquí están los
dragones, hic sunt dragones. Sin
menospreciar las amenazas muy ciertas al desarrollo adecuado y el
reconocimiento justo de la lengua catalana, un patrimonio de la humanidad que muchos
siguen negando con una contumacia fanática.
Pero son los menos.
Y la batalla contra
ellos está ganada en el largo plazo.
Y no son dragones,
a menos que extrememos los términos comparativos de tal modo que caigamos en la
actitud que se expresa desde la sabiduría popular con esta otra metáfora: matar
moscas a cañonazos.