viernes, 29 de abril de 2016

EL CAMBIO VISTO COMO UN ABSOLUTO


«El cambio (climático) se ceba con las especies que ya estaban más amenazadas.» El paréntesis es mío, la noticia viene en la prensa diaria, avalada por estudios científicos. Lo que vale para el cambio climático podría verificarse también en otros campos de la experiencia. Está claro, de entrada, que el climático no va a ser un cambio para mejor; pero en otros casos un cambio nos resulta altamente deseable. Y entonces, tendemos a ponderar sobre todo las mejoras genéricas que nos traerá, y por el contrario a omitir el análisis cuidadoso de las catástrofes concretas que también nos puede acarrear.
No lo digo con la intención de ejercer de aguafiestas, solo pretendo señalar que en una coyuntura de cambio siempre hay quien sale ganancioso, y también quien salta de la sartén al fuego o de Guatemala a Guatepeor. Son temas que conviene manejar con cierto cuidado. Con pinzas y guantes de látex. Cambiemos, vale, pero a partir de una preocupación clara por todo aquello que podríamos estropear.
La situación emblemática en este orden de cosas fue la de la implantación de la vacuna contra la viruela en Francia, en pleno Siglo de las Luces. Algunos estudios empíricos sugerían que se salvarían muchas vidas pero también que la vacuna mataría a un número indeterminado de personas, debido a intolerancias imposibles de detectar de antemano. Los filósofos, con Voltaire y Diderot a la cabeza, abogaron por la vacunación masiva inmediata, puesto que el bien cierto era cualitativa y cuantitativamente superior al mal incierto; D’Alembert, por el contrario, pidió más estudios y más pruebas antes de dictar una medida obligatoria que había de resultar funesta para un porcentaje, quizá no grande, pero sí significativo de la población.
D’Alembert no era un conservador; era un demócrata que perseguía un bien social que no comportara víctimas ni exclusiones. No le pareció buena una solución radical con cálculo ponderado de víctimas incluido, y consideró preferible dar un paso modesto hacia una solución futura sin víctimas preestablecidas. El problema es que, mientras se conseguía una vacuna sin efectos secundarios, seguirían enfermando personas de la viruela. Tomar una decisión de cambio siempre comporta un riesgo.
Debe ser factible, hoy, tantear el cambio posible que todos deseamos, comprometer en él a las fuerzas políticas necesarias, y delimitar de forma aproximada los bloques sociales que van a salir beneficiados y perjudicados bajo el nuevo paradigma. Rehuir en esa dirección las grandes reformas constitucionales que pueden dejar el todo o partes del Estado en una posición más precaria y desasistida que la anterior, y las medidas para relanzar la economía macro que hundirían la economía micro de muchas personas concretas; no promover medidas contra la corrupción que tiendan a favorecer a quienes ya se han anticipado a corromperse; ni remedios paliativos contra la pobreza, que desemboquen en estigmas sociales y en guetos administrativos de los que luego será imposible salir a los encerrados en ellos. Etcétera.
No es mi intención ejercer de aguafiestas, ya lo he dicho. Solo pienso que, en una situación que exige pactos y programas conjuntos entre fuerzas de distintas ideologías y extracciones sociales, no se deberían cerrar los programas de forma taxativa, ni blindarse de ninguna forma los pactos previos que se vayan alcanzando. Deberíamos afrontar el cambio desde una perspectiva de tanteo y error. El cambio visto como un absoluto genera un absolutismo indeseable del cambio. La “cirugía de hierro” social comporta inevitablemente efectos colaterales indeseados, y en el recuento final de bajas, después de las grandes ofensivas contra los “dragones” que nos amenazan, siempre hay que contabilizar muchas víctimas por fuego amigo.