La prensa
electrónica me trae a Egaleo retazos de patria pasteurizada, aderezados con los
habituales aditivos y conservantes incorporados a los artículos de opinión en
cumplimiento de los libros de estilo de los medios.
Resulta que, a
falta aún de la última ronda preceptiva de consultas para formar gobierno, los
líderes ya han optado por tirarse al monte: Luis de Windows respondió con una
carcajada amarga a la insinuación de Dijsselbloem de que convendría culminar un
gran pacto político a largo plazo del centro-derecha establecido.
Decididamente, la gran derecha europea no acierta a sondear los niveles
abisales de ineficiencia y de corrupción de la derecha gobernante española.
Por su
parte, Termidoriano Rajoy inicia “en plena forma” su nueva precampaña electoral
con un ataque frontal a Ciudadanos, desde la fortaleza roqueña de cuatro largos
meses de gobierno irresponsable ante el parlamento. Mientras tanto, Robespablo
Iglesias acaricia la ilusionante eventualidad de un sorpasso que deje a Pedro Sánchez rendido a sus pies.
No es que no haya
sido posible llegar a un acuerdo de gobierno o siquiera de investidura; es que
no se ha intentado en serio. No hacía falta el oráculo de Delfos para vaticinar
que el acuerdo Sánchez-Rivera era una estrategia perdedora. Pero aun en el caso
de que en algún estado mayor se hubiesen generado ilusiones al respecto, la
marcha de las negociaciones y el impacto negativo en la opinión deberían de
haber alertado de que convenía tantear otras opciones, asumir otros riesgos,
convocar otras ilusiones.
No ha sido así. La
vieja y la nueva política han coincidido en ciscarse en el veredicto de las
urnas. En una situación crítica, con todas las alertas sociales encendidas y
los déficits disparados, la única solución que se ha encontrado ha sido
proceder a una nueva tirada de dados, y esperar que en esta nueva ocasión dios reparta suerte.
La buena noticia
llega desde Barcelona. La celebración de Sant Jordi ha enamorado al mundo, como
todos los años. Lean la columna de hoy de Almudena Grandes en el país. Almudena
es una habitual de estos festejos; ahí se siente arropada por el cariño de sus
lectores. Y lean lo que ha dicho Jonas Jonasson, que no es autor de mi
predilección: todas las ciudades deberían tener su Sant Jordi.
“Deberían tener”.
Sí, pero esas cosas ni se improvisan, ni se decretan por el arbitrismo de los
poderes centrales. Hay en este asunto una lección de por dónde debería ir el buen
funcionamiento de la política, de cómo se va conquistando poco a poco un
consenso. Ahora mismo, y disculpen la demagogia implícita, habrá gente a la que
la fiesta del libro y de la rosa les parecerá una mariconada en comparación con
tradiciones más recias, digamos el Toro de la Vega por mencionar una al azar, o
los correbous para no salirnos del ámbito catalán.
Queridos políticos
de la vieja guardia y del nuevo cuño: ánimo. Poco se puede esperar ya de esta
última vuelta de tuerca a los resultados de unas elecciones en las que habíamos
depositado nuestras mejores esperanzas. Pero tenéis la obligación de preparar
con mimo las próximas, de escuchar también las voces de fuera y no solo las que
suenan en el interior de vuestras cámaras de resonancia y en las tertulias
informales de los évoles y los bertines. Hasta el momento, no es ya que no nos
representáis; es que tampoco nos merecéis.