El movimiento de
los Indignados, que coincidió en el tiempo con las primaveras árabes, la
ascensión de Syriza y otros momentos de organización de masas de la protesta
sociopolítica en las dos orillas del Mediterráneo, despertó un interés tan acusado
en determinados cenáculos políticos de la izquierda consuetudinaria europea que
probablemente sus expectativas se sobredimensionaron. Fue sin duda un soplo de
aire fresco en una aldea global en la que parecía que la última palabra ya había
sido dicha, pero había un punto de quimera en la sustitución de la vieja “conciencia
de clase” por la hiperactividad de las redes sociales como elemento dinamizador
y vertebrador de un proceso de cambio. A cinco años vista de aquella explosión
inicial, parece evidente que la fuerza inicial se ha desinflado debido a un
simplismo nocivo en la evaluación de los mecanismos que sirven al
funcionamiento de las relaciones internas de todo el entramado del poder.
Se creyó que un
solo empujón desde la protesta virginal de una “mayoría” empoderada bastaría
para arrumbar a la “casta”; y se elaboró un mensaje de cambio unívoco, miméticamente
igual para distintos sectores sociales “transversales” a los que se adjudicó
una identidad de aspiraciones y de reivindicaciones que nunca ha existido en la
realidad. La indefinición, a conciencia, de los objetivos de cambio se juzgó una
táctica válida y suficiente en la tarea de aglutinar, a lo largo de una transición que
se preveía breve, a una porción amplia de la ciudadanía, muy fragmentada y
atravesada de contradicciones. Así ha podido suceder que también hayan adoptado
la consigna del cambio movimientos como Ciudadanos, que sitúan la dialéctica
entre lo viejo y lo nuevo en parámetros muy distintos del 15M, y abrazan la
ideología – pura derecha – del éxito individual como fin último en una sociedad
competitiva a ultranza.
La extensión
capilar de un proyecto sólido sostenido desde la percepción de una comunidad de
objetivos, y la consiguiente acumulación de fuerzas, han sido insuficientes
debido a todas estas circunstancias y a la impaciencia de unos líderes
obsesionados por una idea de partida de “todo o nada”, y por la conciencia azarosa
de estarse jugando a una sola carta su única oportunidad. Es ahora, cinco años después
y con todo un ciclo electoral a las espaldas, cuando empiezan a lamentarse las
precipitaciones, a percibirse los perfiles del problema con mayor claridad, y a
decantarse las opciones de fondo reales en toda esta operación de “asalto a los
cielos”. Ahora, cuando se percibe de pronto la existencia de dificultades
debidas a la hostilidad de fondo de aliados imprescindibles a los que antes se
zahirió sin contemplaciones, y se vislumbra la dura necesidad de ceder en la
negociación cosas que nunca se tuvieron.
Las cosas resultan
más difíciles de como habían sido previstas, sí; pero la apuesta de fondo sigue
en pie, y la necesidad de cambio se mantiene intacta, percibida por una gran
parte de la ciudadanía con mayor agudeza si cabe, dado el deterioro asfixiante
al que nos está llevando la venenosa mayoría de gobierno, ahora “en funciones”.