viernes, 1 de abril de 2016

CINCO AÑOS DESPUÉS DEL 15M


El movimiento de los Indignados, que coincidió en el tiempo con las primaveras árabes, la ascensión de Syriza y otros momentos de organización de masas de la protesta sociopolítica en las dos orillas del Mediterráneo, despertó un interés tan acusado en determinados cenáculos políticos de la izquierda consuetudinaria europea que probablemente sus expectativas se sobredimensionaron. Fue sin duda un soplo de aire fresco en una aldea global en la que parecía que la última palabra ya había sido dicha, pero había un punto de quimera en la sustitución de la vieja “conciencia de clase” por la hiperactividad de las redes sociales como elemento dinamizador y vertebrador de un proceso de cambio. A cinco años vista de aquella explosión inicial, parece evidente que la fuerza inicial se ha desinflado debido a un simplismo nocivo en la evaluación de los mecanismos que sirven al funcionamiento de las relaciones internas de todo el entramado del poder.
Se creyó que un solo empujón desde la protesta virginal de una “mayoría” empoderada bastaría para arrumbar a la “casta”; y se elaboró un mensaje de cambio unívoco, miméticamente igual para distintos sectores sociales “transversales” a los que se adjudicó una identidad de aspiraciones y de reivindicaciones que nunca ha existido en la realidad. La indefinición, a conciencia, de los objetivos de cambio se juzgó una táctica válida y suficiente en la tarea de aglutinar, a lo largo de una transición que se preveía breve, a una porción amplia de la ciudadanía, muy fragmentada y atravesada de contradicciones. Así ha podido suceder que también hayan adoptado la consigna del cambio movimientos como Ciudadanos, que sitúan la dialéctica entre lo viejo y lo nuevo en parámetros muy distintos del 15M, y abrazan la ideología – pura derecha – del éxito individual como fin último en una sociedad competitiva a ultranza.
La extensión capilar de un proyecto sólido sostenido desde la percepción de una comunidad de objetivos, y la consiguiente acumulación de fuerzas, han sido insuficientes debido a todas estas circunstancias y a la impaciencia de unos líderes obsesionados por una idea de partida de “todo o nada”, y por la conciencia azarosa de estarse jugando a una sola carta su única oportunidad. Es ahora, cinco años después y con todo un ciclo electoral a las espaldas, cuando empiezan a lamentarse las precipitaciones, a percibirse los perfiles del problema con mayor claridad, y a decantarse las opciones de fondo reales en toda esta operación de “asalto a los cielos”. Ahora, cuando se percibe de pronto la existencia de dificultades debidas a la hostilidad de fondo de aliados imprescindibles a los que antes se zahirió sin contemplaciones, y se vislumbra la dura necesidad de ceder en la negociación cosas que nunca se tuvieron.
Las cosas resultan más difíciles de como habían sido previstas, sí; pero la apuesta de fondo sigue en pie, y la necesidad de cambio se mantiene intacta, percibida por una gran parte de la ciudadanía con mayor agudeza si cabe, dado el deterioro asfixiante al que nos está llevando la venenosa mayoría de gobierno, ahora “en funciones”.