Puestos a
enunciarlo en forma de ley, saldría más o menos esto: “Detrás de todo gran
político neoliberal, hay una empresa offshore.” No es una ley exacta, claro. En
realidad, puede haber varias empresas offshore. Miren al ya ex primer ministro
de Islandia, y a Mauricio Macri. Antes habíamos conocido los casos de la
familia de Jordi Pujol (“toda saga política neoliberal tiende a crear un
volumen de empresas offshore equivalente al de los capitales desalojados”) y de
Luis Bárcenas (“todo tesorero de un partido político neoliberal”, etc.).
Don Carlos Marx,
ese gran desconocido, trató de establecer algunas leyes cautelosas en torno a
las relaciones entre lo que él llamaba la estructura económica y las
superestructuras ideológicas. En el largo plazo, sostenía, los cambios en la
estructura determinan cambios superestructurales que van aproximadamente en la misma
dirección.
Olvidémonos del
largo plazo, ahora que vivimos en la era de la instantaneidad y el movimiento
uniformemente acelerado de las puertas giratorias crea remolinos capaces de absorber
en su vorágine una media ponderada de nueve concejales valencianos al día. Lo
que quedaría hoy en pie de la vieja ley marxiana sería lo siguiente: lo primero
que aparece en el horizonte brumoso de las actividades B de un político
cualquiera, es la posibilidad de crear en Andorra, o Panamá, o no importa qué
otro paraíso, una empresa offshore enteramente opaca hacia la que canalizar unos
ingresos atípicos que de otro modo le traerían disgustos serios con Hacienda.
Este es, necesariamente, el primer paso.
Después, en el
largo plazo según Marx, pero sin olvidar que en el paradigma actual el largo
plazo puede concretarse en tres o cuatro segundos, aparece una mentalidad
neoliberal que nace revestida ya de todas sus armas, tal y como nació Atenea,
según el mito clásico, del muslo de Zeus.
Una vez revestido
así de su flamante coraza, el neófito neoliberal empieza sin falta a
despotricar contra la contaminación de bolivarismo rancio perceptible en las nuevas formaciones
políticas, a reclamar respeto hacia la memoria histórica de las gestas franquistas,
y a calificar de nazis a las abortistas, y de pescateras a las alcaldesas
rebeldes.
Una corriente
idealista de tipo hegeliano consideraría esta misma relación a la inversa: es
decir, para ella tendría lugar primero el cambio de mentalidad, y luego, como el
corolario forzoso de un teorema matemático, se generaría el papeleo en un
bufete solvente de abogados para la creación de la empresa offshore. El mérito
de Marx consistió en dar la vuelta a ese esquema explicativo invertido, y
ponerlo erguido sobre sus pies.
La empresa offshore
primero, y solo luego la ideología. Ese es el orden correcto.