Después de alcanzada la nulidad en una
partida de ajedrez larga y tediosa utilizada por cada cual para bloquear con
esmero cualquier posibilidad de ventaja del contrario, los jugadores se disponen
ya a recolocar sus piezas en las casillas iniciales del tablero para empezar un
nuevo juego. Todos ellos alimentan esperanzas renovadas de mejora, gracias a
sondeos secretos de elaboración propia que les auguran décimas porcentuales de
avance.
Podemos ha vivido
una crisis interna vistosa, con expectativas de desplome anunciadas desde los
medios con patente precipitación, y recientemente rectificadas. Sus líderes se
esfuerzan visiblemente en recuperar una coherencia comunicacional que nunca ha
sido su fuerte. En las filas socialistas, mientras tanto, se ha impuesto una
pausa obligada por las circunstancias, pero las presiones de la curia sobre
Sánchez se han hecho más perentorias: o caja o faja. El partido riverista, por
su parte, prosigue con coherencia la persecución de sus objetivos últimos, que
son los de gobernar hombro con hombro junto a un partido popular desmarianizado.
Hay una gran unanimidad en su seno, como corresponde a un bloque compacto de
una sola persona que asume democráticamente todas las decisiones sin perder tiempo
ni energías en consultas ni referendos internos. Izquierda Unida sigue
deshojando la margarita: ser o no ser; desnaturalizarse en el barullo de una
sopa de siglas, o seguir en solitario, predicando en el desierto. En cuanto a los
populares, le están encontrando el gusto a la irresponsabilidad gubernamental
en funciones, y cada día nos sorprenden con una nueva iniciativa barroca, al
tiempo que persisten en mirar fijamente a otro lado para no ver los cadáveres
exquisitos que van desplomándose sin pausa a su alrededor.
Hay unanimidad en
considerar la situación política bloqueada y en considerar que el impasse puede
traer consecuencias funestas para la economía. Las diferencias de análisis surgen
en el momento de determinar quién bloquea y el qué. Del examen de lo que nos
ofrecen la prensa, las diferentes cadenas de radio y televisión, los obispos,
el ministro del Interior y algunos premios Nobel y académicos de la lengua – todos
ellos aleccionados desde el lugar donde renacen las sombras por la
multinacional Lucro Fácil SL –, el tapón que convendría suprimir está personalizado
en dos alcaldesas insolventes a las que se bombardea día tras día con toda
clase de material explosivo e inflamable. La una mejor haría en cuidar de sus
nietos, no asaltar capillas, no remover símbolos franquistas, y permitir que
Madrid prolongue su tradición sagrada de ser la capital del pelotazo; la otra
debería vender pescado en Mercabarna, arrumbar sus proyectos tranviarios y no
estorbar la rápida conversión en curso de Barcelona en un parque temático con
casino incluido para cruceristas de paso, acróbatas balconeros con nocturnidad
y sonámbulos etílicos de procedencias variadas.
Más allá de estas acusaciones
de trazo grueso, la realidad profunda que se vislumbra detrás de tanto revuelo
mediático es la siguiente: Carmena y Colau son simples iconos; el tapón real de
la situación política, queridos lectores, somos nosotros, los ciudadanos.
A ver si votamos
mejor la próxima vez, caramba.