El mal menor habría
sido que al circo español le crecieran los enanos. Sí, es un inconveniente
serio, pero queda el recurso de reciclarlos en otros números, ellos como malabaristas,
por ejemplo, y ellas de ecuyères.
Pero a nosotros quienes nos están creciendo no son los enanos sino los
energúmenos, con la que está cayendo y con el gobierno, ay, en funciones.
Nuestros
energúmenos están finchados, prepotentes, cabalgando en el Bundesbank y con los
egos por la estratosfera. Un concejal de Palafolls declaró hace poco que la alcaldesa
de Barcelona, Ada Colau, estaría mejor ubicada profesionalmente fregando
suelos. Otro concejal (de Cultura) de Seseña increpó a las integrantes de un
taller de teatro municipal llamándolas tontas del culo. Ahora mismo, de nuevo
es Ada Colau quien recibe estopa, y no de un concejal sino de un académico de la
lengua. A Félix de Azúa no le convence la alcaldesa como fregona, pero sí
considera que estaría en su salsa vendiendo pescado.
Desde la altísima
autoridad que le confiere el sillón H, ha dejado caer que Ada, de administrar
ciudades, no tiene ni idea. No es la menor barbaridad que ha soltado en sus
declaraciones a la prensa, pero sí es la que me dispongo a analizar sin prisa
pero sin pausa, antes de que nos venga como los anteriores con la palinodia de
que ha sido malinterpretado, que quienes lo conocen bien saben que no es
machista, y que pide disculpas en el caso hipotético de que alguien se haya
sentido ofendido por las expresiones algo crudas que se le pudieron escapar en
un momento de acaloramiento.
¿Desde qué
parámetros juzga Azúa el desempeño municipal de nuestra alcaldesa? Quiero
decir, ¿qué saberes concretos posee en relación con el gobierno de una gran ciudad, y qué
términos de comparación utiliza? Puede que piense que lo hizo mejor el anterior
alcalde barcelonés, Xavier Trias i Vidal de Llobatera, florón de la extinta
Convergència Democràtica de Catalunya. Cuando Trias se vio descabalgado de la
alcaldía por el voto popular (un hecho, este del voto popular, al que tal vez
Azúa no ha prestado atención suficiente) y le preguntaron qué iba a ser en adelante
de la ciudad de los prodigios, privada de su tutela, respondió que Colau “seguramente
lo hará bien, porque es molt manaire”
(muy mandona). La sorna de Trias se expresó entonces en sordina; la de Azúa, en
una ocasión en que venía mucho menos a cuento, trompetea como toda una
cabalgata de las valkirias. Y con un delicioso toque clasista, además.
Pescatera en el mercado; ¿por qué no verdulera o rabanera, querido Félix, que
aún tienen peor fama?
Pero también puede que
haya ido a fijarse en una urbe vecina, y el término de comparación que utilice
sea Rita Barberá, que durante tantos años ha empuñado la vara de mando en
Valencia sin que a Azúa se le conozca el menor reproche público a su persona ni
a su quehacer. Rita ha declarado hace pocos días ante el juez – voluntariamente
– que no sabe nada en concreto acerca de los contratos municipales que firmó
como máxima autoridad ciudadana, ni de las comisiones ilegales que iban anejas
a los mismos, porque ella atendía a los grandes movimientos y nunca entraba en
cuestiones de detalle.
Mal hecho. Debería
haber aprendido (me refiero a Rita, pero quizás también a Azúa y a su ponderada
valoración del cartapacio consistorial barcelonés) algo de las ruedas de prensa
de esos entrenadores de fútbol que, después de que su equipo haya sufrido
derrotas por cuatro o por cinco a cero, declaran sin pestañear ante los micros:
«Los pequeños detalles han marcado la diferencia.»
Lo que es verdad en
la teodicea del fútbol es siempre verdad también, mutatis mutandis, en los asuntos más prosaicos de la vida cotidiana;
ergo, de una alcaldía, de un sillón
en la Academia, o de un tenderete de pescado. Siempre son los “pequeños”
detalles los que marcan las diferencias.