miércoles, 26 de julio de 2017

CAMBIO DE ÓPTICA EN LOS TOROS


Me sorprenden dos noticias actuales relacionadas con la fiesta de los toros. La primera, la intención de celebrarla en la autonomía balear durante un tiempo máximo de diez minutos por toro, sin muertes ni efusión de sangre. La segunda, que dicha norma administrativa está en vías de ser recurrida al Tribunal Constitucional.
Respecto de la primera noticia, no digo que el proyecto no sea factible, e incluso económicamente provechoso. Es sabido que Búfalo Bill y Toro Sentado recorrieron las grandes llanuras centrales de Norteamérica con un espectáculo dedicado a los granjeros que se basaba en las leyendas del Salvaje Oeste, pero sin muertes ni efusión de sangre: el espectáculo por el espectáculo, con la taquilla como valor supremo. Nadie se engañaba y a nadie le engañaban: aquello no era una reproducción del Little Big Horn, sino un espectáculo dominical al aire libre que incluía caballos, pólvora e indios con plumas.
Del mismo modo, nadie puede hacerse la ilusión de que lo que propone el gobierno balear sea una corrida de toros. Una cosa es que el astado sea el “enemigo”, y otra que sea un animal al que por criterios de humanidad debe evitarse todo sufrimiento. La óptica del asunto cambia radicalmente. Lo que es bueno y deseable en un caso, se hace odioso en el otro. No hay forma de compatibilizar los dos puntos de vista.
Picasso, Miguel Hernández, Ortega, Ernest Hemingway y otros muchos han sido grandes aficionados a la fiesta. También yo; me han interesado tanto la simbología como el ritual del festejo; su estética al límite, su fondo oscuro y dramático. Hace muchos años, sin embargo, que no asisto a ninguna corrida ni en persona ni por pantalla de plasma interpuesta. Y no veo ninguna razón para abonar un billete para ninguna charlotada balear. Viene a ser como pedir en el restaurante un plato de mejillones al vino blanco, y que te sirvan solo las cáscaras. No, lo que yo quería paladear era la sustancia del bicho, no su envoltorio.
En el palacio de Cnossos, en Creta, se encontraron abundantes simbologías del toro y del culto al toro, y alguna pintura mural en la que aparecen jóvenes jugando con un toro que embiste. Están ahí el símbolo y el ritual, pero me parece dudoso que sean los mismos de la tauromaquia. Los expertos dicen que la proeza del muchacho que hace volatines sobre el lomo del tremendo morlaco es imposible. Yo sospecho que no está jugando, sino que ha sido lanzado al aire por los cuernos del tótem, y que lo que contemplamos no es un festejo ritual sino un sacrificio ritual: no el del toro objeto de adoración, sino el de los humanos presentados a él como víctimas propiciatorias para la fecundidad de la tierra, las buenas cosechas, etc.
Al margen de esta sospecha particular, sobre la cual no encuentro literatura fundamentada entre los científicos, queda el comentario a la segunda noticia a la que me refería al principio: el hecho de que los juegos de toros baleares vayan a ser recurridos al Constitucional por puristas fanáticos de la esencia prístina de nuestra idiosincrasia.
Me parece una solemne majadería.