Llegan a estas
playas del golfo Sarónico ecos amortiguados de tempestades políticas catalanas
de mucho calibre. Todo empezó, conviene recordarlo, como una reivindicación de
buenrollismo, en contra de nadie, que ponía en primer plano el derecho a
decidir de la gente en un ambiente jocfloralesc.
Otro “cambio climático” ha oscurecido de forma considerable dicho ambiente
inicial; hoy mismo, el cese fulminante del conseller Baiget hace imposible
seguir cultivando la retórica de que no hay amenazas pendientes sobre los
discrepantes de un orden de cosas ya decidido sin que los implicados hayamos
aún ejercitado nuestro proclamado derecho a decidir.
Nada se iba a decidir,
de otra parte, en un referéndum planteado de la forma abiertamente autoritaria
como se plantea, con una única respuesta posible ya marcada, y desde la actitud
beligerante de que toda discrepancia será traición. La independencia que se
perfila es absolutamente abstracta, descolgada no ya de España sino de Europa,
del mundo y de la propia Catalunya realmente existente; y sus reglas del juego constitucionales
solo se concretarían a posteriori, pero no a través de la correlación de
mayorías y minorías, sino mediante un “foro social” que decidiría por nosotros
qué es lo que pensamos todos. Ese es el monstruo, y me da lo mismo si se adjetiva de
nazi o de bolivarista: es un monstruo. No es lo que nadie decidiríamos, si se
nos concediera el derecho a decidir que fue el punto de partida de una
movilización que se pretendía inclusiva en sus inicios. Ahora ya nadie puede
presumir de adivinar hasta dónde llegaremos por esta vía, ni de si habrá en
algún lugar, en algún momento, topes que señalen el final del trayecto o líneas
rojas que se renunciará voluntariamente a atravesar.
Todo ello en la
teoría del nuevo Estado, claro está, dado que en la práctica el procès sigue anclado en el mismo
varadero, a falta de negociación, de compromiso, de acuerdo ni de concreción.
Cuanto más pobre la realidad de los hechos, más radical el vuelo de la teoría.
Si lo que se busca es beneficio electoral, sin embargo, el negocio está
resultando pimpante para el govern, en particular para Esquerra Republicana. Y
el constructo de Sí Que Es Pot se comporta de forma tan vacilante y
contradictoria en sus planteamientos que puede obligarnos a muchos votantes
asiduos a buscar líderes más firmes en esta cuestión, bien sea Iceta o bien
incluso Arrimadas.
El historiador Josep
Maria Fradera ha expuesto en una tribuna de elpais (“Referéndum y cultura de
izquierda”) la trampa que supone en estas circunstancias la reivindicación del
referéndum, y cinco puntos orientativos para la confrontación del problema desde
posiciones de izquierda. Los asumo en su totalidad porque son un ejercicio de lealtad
a un sentimiento catalanista valioso y digno de ser defendido, y al tiempo de pensamiento
libre en una situación particularmente cenagosa. He aquí el cuarto punto de los
cinco: «Por
todo ello, hay que negarse a aceptar que los valores de la izquierda impliquen
rendirse a un debate con las cartas marcadas y empapado de nacionalismo,
claudicar de un debate público imposible, enfrentarnos con el resto de los
españoles e imponer la salida inevitable de la Unión Europea. En ninguna de
estas soluciones la izquierda tiene nada que ganar, pone en peligro conquistas
consolidadas en el orden político y social y constituye una grave amenaza de
futuro.»
Bien dicho.