Ayer tarde volamos Carmen
y yo de Chania a Atenas. Estoy de vuelta de Creta, entonces. Escribiré quizás algo
más sobre lo vivido allí, cuando haya decantado un poco las sensaciones del
viaje, muy mezcladas. Puedo decir que la isla es bella y bravía, el calor
implacable, los paisajes imponentes, la guía que nos ilustró muy competente, y espléndida
la compañía del pequeño grupo de españoles que acometimos en colectivo los
itinerarios. Dejémoslo así de momento.
De vuelta, leo una
nota corta de López Bulla relativa a una de tantas falsificaciones de la
historia, la que confunde independentismo con progresismo; y un texto más largo
de Javier Aristu (“Cataluña, Andalucía y el derecho a decidir”, rúbrica en el
blog En Campo Abierto) sobre el mismo tema, o sobre un tema muy vecino y
conectado al anterior.
Vamos al dato
concreto. Vamos, desde la conciencia de que un dato aislado no es asidero suficiente
para construir sobre él una categoría; pero tampoco es pura anécdota
desprovista de sustancia.
El dato es el
siguiente. Dolores Jiménez, Niña de la Puebla, da nombre a dos calles en el
mundo. Una de ellas en su lugar natal, La Puebla de Cazalla; la otra, en Santa
Coloma de Gramenet, populosa urbe como se sabe aledaña a la Barcelona cap i casal
de la Cataluña tanto histórica como actualísima.
Y lo que la Niña ha
unido, trueno ahora como si estuviera en la cima del Sinaí con las tablas de la
ley en las manos, no lo separe el hombre.
Pura casualidad, me
ha venido a la memoria hace un par de días la ocasión solemne en que dos amigos
llegamos a la conclusión concorde de que para poner fin a los repetidos abucheos
al himno en las finales del fútbol, haría falta recurrir al procedimiento drástico
de cambiar ese himno de tachunda y chundarata que padecemos los españoles, tan borbónico,
tan impresentable, tan abucheable desde todos los acimuts. En su lugar, esa sería
nuestra modesta proposición, podría incorporarse a la Constitución como nuevo himno
oficial del Estado “Los campanilleros de la madrugá”, interpretado bien por una
cantaora o cantaor dignamente adecuados a la solemnidad del momento; o bien
mediante reproducción mecánica de la versión inmortal de la Niña de la Puebla.
Algunas fuentes
definen la canción como villancico, y ponen la tradición de los campanilleros
en relación con la del rosario de la aurora, elemento este último que no hace
sino engrandecer la perspectiva social y sentimental de nuestra propuesta. Dado
que hay letras diversas al retortero y con el fin de no herir la conciencia
laica de nadie, esta es la letra en concreto que propongo para su debate en
profundidad en las asambleas republicanas, las células comunistoides y los
círculos podemitas:
En los pueblos de la España mía
los campanilleros por la madrugá,
me despiertan con sus campanillas
y con sus guitarras me hacen llorar.
Y empiezo a cantar…
los campanilleros por la madrugá,
me despiertan con sus campanillas
y con sus guitarras me hacen llorar.
Y empiezo a cantar…
y al oírme “tó” los pajarillos que están en
la rama
se echan a volar.
se echan a volar.
Un texto de raigambre honda, de alta sensibilidad, e inobjetable
desde cualquier credo, ideología o escuela filosófica.
Disculpen el puntillo de erudición histórica, pero en la Parapanda
insurgente, siendo manijero primero de la misma Frasquito Puerto, “Los
campanilleros” ya fueron declarados en tiempos pretéritos himno oficial de aquella
singular sinarquía enclavada en la contigüidad del cosmos. Quien no lo crea
puede repasar la historia completa en http://ferisla.blogspot.gr/