viernes, 14 de julio de 2017

LOS CAMPANILLEROS


Ayer tarde volamos Carmen y yo de Chania a Atenas. Estoy de vuelta de Creta, entonces. Escribiré quizás algo más sobre lo vivido allí, cuando haya decantado un poco las sensaciones del viaje, muy mezcladas. Puedo decir que la isla es bella y bravía, el calor implacable, los paisajes imponentes, la guía que nos ilustró muy competente, y espléndida la compañía del pequeño grupo de españoles que acometimos en colectivo los itinerarios. Dejémoslo así de momento.
De vuelta, leo una nota corta de López Bulla relativa a una de tantas falsificaciones de la historia, la que confunde independentismo con progresismo; y un texto más largo de Javier Aristu (“Cataluña, Andalucía y el derecho a decidir”, rúbrica en el blog En Campo Abierto) sobre el mismo tema, o sobre un tema muy vecino y conectado al anterior.
Vamos al dato concreto. Vamos, desde la conciencia de que un dato aislado no es asidero suficiente para construir sobre él una categoría; pero tampoco es pura anécdota desprovista de sustancia.
El dato es el siguiente. Dolores Jiménez, Niña de la Puebla, da nombre a dos calles en el mundo. Una de ellas en su lugar natal, La Puebla de Cazalla; la otra, en Santa Coloma de Gramenet, populosa urbe como se sabe aledaña a la Barcelona cap i casal de la Cataluña tanto histórica como actualísima.
Y lo que la Niña ha unido, trueno ahora como si estuviera en la cima del Sinaí con las tablas de la ley en las manos, no lo separe el hombre.
Pura casualidad, me ha venido a la memoria hace un par de días la ocasión solemne en que dos amigos llegamos a la conclusión concorde de que para poner fin a los repetidos abucheos al himno en las finales del fútbol, haría falta recurrir al procedimiento drástico de cambiar ese himno de tachunda y chundarata que padecemos los españoles, tan borbónico, tan impresentable, tan abucheable desde todos los acimuts. En su lugar, esa sería nuestra modesta proposición, podría incorporarse a la Constitución como nuevo himno oficial del Estado “Los campanilleros de la madrugá”, interpretado bien por una cantaora o cantaor dignamente adecuados a la solemnidad del momento; o bien mediante reproducción mecánica de la versión inmortal de la Niña de la Puebla.
Algunas fuentes definen la canción como villancico, y ponen la tradición de los campanilleros en relación con la del rosario de la aurora, elemento este último que no hace sino engrandecer la perspectiva social y sentimental de nuestra propuesta. Dado que hay letras diversas al retortero y con el fin de no herir la conciencia laica de nadie, esta es la letra en concreto que propongo para su debate en profundidad en las asambleas republicanas, las células comunistoides y los círculos podemitas:
En los pueblos de la España mía
los campanilleros por la madrugá,
me despiertan con sus campanillas
y con sus guitarras me hacen llorar.
Y empiezo a cantar…

y al oírme “tó” los pajarillos que están en la rama
se echan a volar.

Un texto de raigambre honda, de alta sensibilidad, e inobjetable desde cualquier credo, ideología o escuela filosófica.
Disculpen el puntillo de erudición histórica, pero en la Parapanda insurgente, siendo manijero primero de la misma Frasquito Puerto, “Los campanilleros” ya fueron declarados en tiempos pretéritos himno oficial de aquella singular sinarquía enclavada en la contigüidad del cosmos. Quien no lo crea puede repasar la historia completa en http://ferisla.blogspot.gr/