La ministra de
Empleo, señora Fátima Báñez, ha declarado que es hora de subir los salarios.
Dado que los salarios no se suben por decreto en este país, su declaración no
posee un valor llamémoslo ejecutivo, sino en el mejor de los casos el de la
opinión fundada de una experta. Algún articulista de prensa, posiblemente
obnubilado por la virulencia de sus propias necesidades, ha escrito que las
palabras de la ministra suponen una presión para el empresariado.
“Presión” son
palabras mayores. De verse obligadas la CEOE y la CEPYME a responder sí o sí a
la conminación de la ministra, sabemos lo que dirían: que no es momento, y que una
subida generalizada de los salarios comprometería el comportamiento levemente
positivo pero frágil y titubeante de los números macroeconómicos. En una
coyuntura como la actual, concluirían los patronos de patronos, la única subida
de emolumentos permisible sería la de algunos, y no todos, de los consejeros de
administración de empresas muy consolidadas. De hecho, es algo que ya se está
haciendo. De hecho, no ha dejado de hacerse nunca.
Pero Báñez no les
está presionando, de modo que los empresarios dan la callada por respuesta.
Báñez está expresando un desiderátum no vinculado a ningún compromiso concreto.
A nadie se le ocurre, si pedimos “Que llueva, que llueva”, que estemos
presionando con nuestra cantinela a la Virgen de la Cueva. Las cosas no ocurren
así en las relaciones ancestrales y consuetudinarias del agro español con el
cielo protector – o inclemente – que lo cubre con su bóveda tachonada de
estrellas. Si la sequía se prolonga hasta extremos peligrosos, se hacen
rogativas en demanda de lluvia. La rogativa no es una forma de presión, sino
una instancia al Altísimo para que, a la vista de los considerandos expuestos, conceda
la gracia solicitada caso de ser esta posible según el recto proceder de V.I.,
cuya vida eterna guarde Vuecencia misma muchos años.
De no alcanzarse el
objetivo previsto mediante rogativas repetidas y programadas, procede como
recurso extremo sacar en procesión al Sant Cristo Gros, respaldado por todas
las fuerzas vivas. Ahí ya podemos apreciar un atisbo de presión, por lo menos
en algunos municipios de signo más radical o extremista. En el de Corella,
Navarra, es fama que el cielo respondió en una ocasión legendaria al paseo del
Santo Cristo con una lluvia tan feroz que inundó los pisos bajos de la
población y arrasó las cosechas. Entonces las fuerzas vivas sacaron de nuevo la
santa imagen de su puesto detrás del altar mayor, y la tiraron al río Ebro. “Por
cabrón”, dijeron.
De ser cierta la
leyenda, los corellanos actuaron en la ocasión movidos por el principio jurídico
del “do ut des”, en su sentido negativo: te niego puesto que tú me niegas a mí.
Pero es muy improbable en casos tales que el Santo Cristo llegue al río. Yo no
pondría la mano en el fuego porque la ministra Báñez pretenda llevar las cosas
tan lejos. Por esa razón, imagino que lo que ha hecho es propiciar rogativas a
la Virgen de la Cueva, o en su defecto a la Virgen competente en esta rama de
la administración celestial, para que suban los salarios y los pajarillos
canten.