Una mala elección
me dejó desprovisto de “lectura de avión” en mi viaje griego. Piqué como un
pardillo ante un autor al que calificaban de nuevo Le Carré, y del que alertaban
de no empezar su libro de atardecida, porque podía dejarte la noche en blanco.
Se equivocaban o me equivocaron: me dormí leyéndolo. No me inspiraron ningún
interés las andanzas de los protagonistas bajo distintos cielos. Les era de
aplicación la sentencia de Horacio: cambiar de cielo es inútil si no se cambia también
de alma. Las almas de los personajes eran pacíficamente anodinas, por más que su
profesión fuera peligrosa e imprevisible.
Recalé en la
relectura de “El jardín de los Finzi-Contini”, de Giorgio Bassani. Siempre me
he preguntado cómo (para decirlo con la letra de una copla famosa) pudo tener Micòl
Finzi-Contini valor para elegir a otro hombre, estando en el mundo yo. (Yo, el
narrador en primera persona, furiosamente empatizado por el lector). Pero “El
jardín” no es una novela de amor frustrado más que en último término, como excipiente
para presentar otros temas importantes, tratados en filigrana: la
reconstrucción minuciosa de un mundo tan absolutamente desaparecido como el de
los etruscos y colocado en un lugar aparte, más allá de la Mura degli Angeli y
del Barchetto del Duca, con su desdén por el presente abiertamente hostil y sus
normas rígidas nunca expresadas de forma directa, sino oblicua. Y, consecuentemente,
la aceptación serena, por parte de un grupo de personas, de la hecatombe futura
que los engullirá sin remedio; porque cifran la supervivencia no en la
adaptación ni en la fuga, sino en el sacrificio de sus vidas conscientemente
asumido.
Dedicaré los ocios
de agosto a otra relectura, “Moby Dick” de Herman Melville. Es una recomendación
de Fernando Savater, de quien no hago mucho caso en otros terrenos, pero sí en
el literario. Su propuesta, en Babelia, me ha apetecido. También la de “Ana
Karenina” de Tolstoi, aunque esta la dejo para el otoño (tal vez acompañada de
un nuevo repaso de “La sonata a Kreutzer”, que tengo en el mismo volumen). Tanto
Melville como Tolstoi son de esos autores-recurso óptimos cuando se tiene que
elegir un libro para todas las estaciones, y solo uno. Savater propone leer “Moby
Dick” todos los años, y estoy seguro de que su propuesta tiene fundamento; pero
mi tiempo es limitado, y por fortuna siempre tengo más de un libro valioso a mi
alcance.