martes, 11 de julio de 2017

¿POR DÓNDE EMPEZAMOS A REFORMAR LA REFORMA LABORAL?


Me parece un aldabonazo importante el que da José Luis López Bulla en su bitácora de referencia. Qué pasa con la reforma laboral (1).
Qué pasa, en efecto. Lo que ha hecho hasta ahora ese constructo encaminado según las altas jerarquías a traernos la prosperidad y la modernidad, o por lo menos una de ambas cosas, se va adentrando más y más en una situación que convoca todas las alarmas. Las cifras no mienten. La deuda pública ha rebasado el listón del producto interior bruto y sigue subiendo; los fondos para las pensiones han sido saqueados y ha sido necesario recurrir a un nuevo endeudamiento para dar viabilidad a la doble paga del mes de junio; la situación del país en la división internacional del trabajo se deteriora, al centrarse de forma prioritaria en áreas de escaso valor añadido e incluso marginales; siguen retrocediendo los porcentajes de inversión en I+D+i; siguen aumentando las emisiones de gases invernadero, a pesar de los propósitos de enmienda. Cierto que se anuncian reformas de las reformas, pero en una vaga lejanía de “tiempos mejores”. En el mientras tanto, todo se aplaza con el argumento de la falta de consensos, y se nos anima a perseverar con fe en la misma vía. Difícilmente los poderosos rectificarán voluntariamente nada de lo que toque a sus bolsillos.
Revertir la situación supone un esfuerzo titánico, puesto que en el nuevo paradigma centrado en la globalización económica, es necesario intervenir desde premisas globales.
«El sindicato no puede hacerlo todo y no puede hacerlo solo», ha dicho Ignacio Fernández Toxo en su despedida de la dirección ejecutiva. Una idea justa, pero contradictoria con la idea también expresada de que el sindicato va a situarse a la ofensiva en la nueva etapa. El sindicato (mejor sería hablar de “sindicalismo”, para dejar claro de que la responsabilidad no recae en esta o aquella organización concreta, sino en toda una estructura social y política que ha de empezar a reconocerse a sí misma como unitaria en la diversidad de cuarteles generales perdidos muchas veces en puntillos de protagonismo) tiene que definir qué es lo que pretende hacer, y cómo estima que deberían comportarse las restantes fuerzas (políticas, sociales, organizaciones y movimientos) en presencia, para suplir aquellos aspectos a donde el propio sindicalismo no llega.
Eso por un lado. Por otro, tendrían que empezar ya a tejerse las alianzas para la batalla. La batalla irá mucho más allá de la reforma de la reforma laboral, podemos convenir en ello; pero esa realidad no excusa de empezar ya a sentar las bases y a señalar la dirección del cambio que se pretende llevar a cabo. Lo que no es de recibo es mantenerse a la espera; en términos estratégicos, pasar a la ofensiva situándose a la espera sería un estropicio importante. Veamos entonces el proyecto; veamos las alianzas necesarias para darle vigor y solidez; veamos el trayecto aproximado que pretendemos cubrir en una primera etapa en la que el tratamiento habrá de ser necesariamente de choque.
Es lo que, aún en visita a la isla de Creta, se me ocurre responder a la solicitación urgente de José Luis. Habrá que precisar más, sin duda. Seguro que no vamos a estar solos en esa tarea.