Me parece un
aldabonazo importante el que da José Luis López Bulla en su bitácora de
referencia. Qué pasa con la reforma laboral (1).
Qué pasa, en
efecto. Lo que ha hecho hasta ahora ese constructo encaminado según las altas jerarquías
a traernos la prosperidad y la modernidad, o por lo menos una de ambas cosas,
se va adentrando más y más en una situación que convoca todas las alarmas. Las
cifras no mienten. La deuda pública ha rebasado el listón del producto interior
bruto y sigue subiendo; los fondos para las pensiones han sido saqueados y ha
sido necesario recurrir a un nuevo endeudamiento para dar viabilidad a la doble
paga del mes de junio; la situación del país en la división internacional del
trabajo se deteriora, al centrarse de forma prioritaria en áreas de escaso
valor añadido e incluso marginales; siguen retrocediendo los porcentajes de inversión
en I+D+i; siguen aumentando las emisiones de gases invernadero, a pesar de los
propósitos de enmienda. Cierto que se anuncian reformas de las reformas, pero en
una vaga lejanía de “tiempos mejores”. En el mientras tanto, todo se aplaza con
el argumento de la falta de consensos, y se nos anima a perseverar con fe en la
misma vía. Difícilmente los poderosos rectificarán voluntariamente nada
de lo que toque a sus bolsillos.
Revertir la
situación supone un esfuerzo titánico, puesto que en el nuevo paradigma
centrado en la globalización económica, es necesario intervenir desde premisas
globales.
«El sindicato no
puede hacerlo todo y no puede hacerlo solo», ha dicho Ignacio Fernández Toxo en
su despedida de la dirección ejecutiva. Una idea justa, pero contradictoria con
la idea también expresada de que el sindicato va a situarse a la ofensiva en la
nueva etapa. El sindicato (mejor sería hablar de “sindicalismo”, para dejar
claro de que la responsabilidad no recae en esta o aquella organización
concreta, sino en toda una estructura social y política que ha de empezar a
reconocerse a sí misma como unitaria en la diversidad de cuarteles generales
perdidos muchas veces en puntillos de protagonismo) tiene que definir qué es lo
que pretende hacer, y cómo estima que deberían comportarse las restantes
fuerzas (políticas, sociales, organizaciones y movimientos) en presencia, para
suplir aquellos aspectos a donde el propio sindicalismo no llega.
Eso por un lado.
Por otro, tendrían que empezar ya a tejerse las alianzas para la batalla. La
batalla irá mucho más allá de la reforma de la reforma laboral, podemos
convenir en ello; pero esa realidad no excusa de empezar ya a sentar las bases
y a señalar la dirección del cambio que se pretende llevar a cabo. Lo que no es
de recibo es mantenerse a la espera; en términos estratégicos, pasar a la
ofensiva situándose a la espera sería un estropicio importante. Veamos entonces
el proyecto; veamos las alianzas necesarias para darle vigor y solidez; veamos
el trayecto aproximado que pretendemos cubrir en una primera etapa en la que el
tratamiento habrá de ser necesariamente de choque.
Es lo que, aún en
visita a la isla de Creta, se me ocurre responder a la solicitación urgente de
José Luis. Habrá que precisar más, sin duda. Seguro que no vamos a estar solos
en esa tarea.