jueves, 27 de julio de 2017

MARIANO RAJOY, O LA CORRUPCIÓN RAZONABLE

Ayer fue un día grande para la democracia, con la primera comparecencia en estrados de un presidente de gobierno para declarar en un juicio sobre corrupción. Había que celebrarlo, y así se ha hecho: esta mañana vienen los titulares de prensa con la noticia de que el paro desciende por debajo de los cuatro millones de personas censadas, por primera vez desde 2009.

Ninguno de los dos noticiones ha sido inesperado. De un lado, era conocida de antes la extraordinaria capacidad de nuestra economía para generar empleos basura. Nadie ha dicho que se hayan reducido las bolsas de pobreza, ni la precariedad, ni que haya subido el salario medio. En cuanto a esto último, ayer fue también el día en que los sindicatos se retiraron de la mesa de negociación ante la negativa cerrada de la patronal a considerar una cláusula de revisión salarial si los índices del coste de la vida crecen por encima de las expectativas.

Quiere decirse que las cosas del empleo están donde estaban, y que el anuncio sobre el descenso prodigioso del paro responde tan solo a una idea fija del gobierno, muy marianista y muy fatimista: la de inculcar en el subconsciente colectivo la idea de que la corrupción, en el fondo, ha sido útil para el país; que ha sido uno de los motores más poderosos de la brillante recuperación económica que tanto resplandece en las previsiones del FMI.

De otro lado, y esta es tal vez la única novedad que nos ha aportado el paso de Rajoy por la Audiencia Nacional, la corrupción que hemos vivido ha sido “razonable”. Mariano ha utilizado en varias ocasiones este calificativo para explicar sus relaciones con Bárcenas. Era razonable reunirse en sede oficial con una persona que había abandonado el partido al ser inculpada por irregularidades; era razonable mandarle esemeses pidiéndole fortaleza, porque ambos son personas bien educadas; era razonable permitirle mantener un despacho en la sede del partido, para que tuviera allí sus cosas después de desvincularse de su militancia. Se supone que también era razonable, aunque sobre este asunto delicado Mariano no se ha pronunciado, machacar con un martillo los discos duros de sus ordenadores después de haberlos borrado 32 veces.

De todos estos temas, Rajoy no sabía nada porque solo se ocupaba de las cosas políticas, y no de las económicas. Es razonable, también. Uno no puede abarcarlo todo, y cualquier presidente o secretario general, si le piden que bendiga con su autoridad una maniobra dudosa o un enjuague fuera de toda duda, responderá: “Vosotros haced lo que queráis, pero que conste que sobre eso yo no sé nada, ni me habéis preguntado, ni hemos estado nunca aquí reunidos.” La indicación figura en el capítulo primero del catón universal de buenas prácticas para instituciones del ámbito político.
De tantas buenas noticias, cavilo que la única importante es la mala: la ruptura de la negociación salarial. Todo lo demás se daba de antemano por descontado. Pedro Sánchez ha aprovechado la circunstancia para exigir la dimisión del jefe del gobierno. Mejor habría hecho reservándose para una ocasión mejor, no en vísperas de agosto y con parón parlamentario. Si se repite demasiado, este tipo de gestos se convierte inevitablemente en rutina desprovista de sentido.