Mi nombre aparece
en un manifiesto de personas vinculadas con Catalunya en Comú y contrarias al
referéndum unilateral de independencia anunciado para el 1-O. Me satisface que
sea así. No soy muy de firmar manifiestos, pero en este caso vale la pena dejar
constancia, cuando haya pasado lo que sin duda va a pasar, de que algunos ya avisamos
con antelación.
Me ha llegado a
Atenas el manifiesto vía Nueva Tribuna. No linko el documento porque no se
trata del original catalán sino de una traducción automática al castellano,
bastante esperpéntica. Me siento muy feliz, eso sí quiero dejarlo muy claro, de
aparecer como firmante de un documento que me atrevo a calificar de necesario.
Acepto sin
pestañear todos los calificativos envenenados que se nos dediquen desde los
suburbios de un poder vicario. Amo a Catalunya, pero es sin duda una Catalunya
distinta de la oficial. Soy traidor, en efecto, al ideal supremo de una
Catalunya inmemorial, eterna y sacrosanta, pero lo soy entre otras razones
porque hace muchos años que vengo traicionando cuantas inmemorialidades,
eternidades y sacrosantidades me salen al paso.
Ahora bien, no soy
unionista. No me importa mucho que me lo llamen, porque el signo de los tiempos
es la falta de precisión, el disparar a bulto y despreocuparse de toda suerte
de daños colaterales.
Pero no soy
unionista. No deseo la unión con España, me limito a constatar que es lo que
hay. No estamos en un punto neutro y equidistante desde el que podamos
arrimarnos, como el asno de Buridán, a uno de los dos montones de paja
idénticos marcados con las etiquetas de “independencia” y “unión”. Esa es una
de las innumerables falacias de este proceso capaz de superar en absurdo al
kafkiano. “Estamos” en la unión, y los dos caminos posibles a partir de ahí son,
o bien la independencia (nos la intentan vender de baratillo y en cómodos
plazos los sapastres de la Generositat más desprestigiada en siglos de
existencia) o bien una mejora consistente y sostenible de la relación, muy
deteriorada, que mantenemos con el constructo estatal del que formamos parte.
Yo estoy claramente
en esta segunda vía. No me mola España, la España que hay. Deseo una España
mejor, y deseo, en ella o fuera de ella, también una Catalunya mejor.
No es baladí ese “mejor”
que coloco detrás de la España y la Catalunya que deseo. La disyuntiva que se
nos propone es inmovilista; de forma artificiosa enfrenta a una España y a una
Catalunya concebidas como dos entidades graníticas e idénticas a sí mismas en el
decurso de la eternidad. Se nos exige que decidamos cuál de las dos preferimos, pero no preferimos a ninguna. Se nos pregunta si queremos un nuevo estado
independiente, sin debatir antes cuáles van a ser las leyes fundamentales sobre
las que se sustentará ese nuevo estado. Independentismo como acto de fe. Yo
hace muchos años que dejé de tener fe.
No iré el 1-O ni a
votar, ni a manifestarme. Incluso algo tan nimio e intrascendente como escribir
el post que están leyendo ustedes me parece más útil que ese trajín desnortado.