Existe la idea preconcebida de que la política
implica igualdad entre todos, y la igualdad entre todos significa hacer lo
mismo en todas partes. Se presta escasa atención al valor de la diferencia, y no
existe ninguna empatía relevante hacia lo peculiar. Se trata de un error grave,
porque da al traste con muchas cosas que merecerían ser conservadas y
valoradas, dentro, obviamente, de una gradación que asciende desde lo
circunstancial hasta lo prioritario. Solo en caso de incompatibilidad manifiesta
debería ser sacrificado lo circunstancial a lo prioritario.
El texto siguiente forma parte de mi trabajo “El
pequeño mundo íntimo de Antonio Gramsci”, el cual puede leerse completo en: http://pasosalaizquierda.com/?p=2831
El proceso de
rebelión y toma de conciencia de Antonio Gramsci se había efectuado en varias
etapas sucesivas, desde el plano individual al general, con un importante paso
intermedio: el regional, el sentimiento sardista. Lo explica así en una carta a
su mujer, Giulia Schucht, el 6 de marzo de 1924, dos años antes de su detención
y encarcelamiento: «¿Qué es lo que me ha salvado de ser un pingo almidonado? El
instinto de la rebelión, que desde el primer momento se dirigió contra los
ricos porque yo, que había conseguido diez en todas las materias de la escuela
elemental, no podía seguir estudiando, mientras que sí podían hacerlo el hijo
del carnicero, el del farmacéutico, el del negociante de tejidos. Luego se
extendió a todos los ricos que oprimían a los campesinos de Cerdeña, y yo pensaba
entonces que había que luchar por la independencia nacional de la región. “Al mare i continentali!” ¡Cuántas veces
he repetido esas palabras! Luego conocí la clase obrera de una ciudad
industrial, y comprendí lo que realmente significaban las cosas de Marx que
había leído antes por curiosidad intelectual.» (1)
Pero el sardismo no
fue para Gramsci un simple “rito de paso”. Siguió toda su vida interesado en
los problemas de la isla, en el movimiento de Lussu, en cuestiones tan
capitales como la de la lengua. En una carta a su hermana Teresina (26 de marzo
de 1927), escrita ya desde la prisión, se interesa por la educación de Franco,
el chico mayor: «¿En qué lengua habla? Espero que le dejaréis hablar en sardo y
no lo reprimiréis en este tema. Ha sido un error, para mí, no haber dejado que
Edmea [otra sobrina, hija de Gennaro
Gramsci], de pequeña, hablase libremente el sardo. Eso ha perjudicado su
formación intelectual y ha colocado una camisa de fuerza a su fantasía. No
debes cometer ese error con tus hijos. Además el sardo no es un dialecto sino
una lengua en sentido propio, por más que no posea una gran literatura, y es
bueno que los niños aprendan varias lenguas, si es posible. Además, el italiano
que le enseñaréis vosotros será una lengua pobre, raquítica, hecha solo de las
pocas frases y palabras de vuestras conversaciones con él, puramente infantil;
no tendrá contacto con el ambiente general y acabará por aprender dos jergas y
ninguna lengua: una jerga italiana para la conversación oficial con vosotros y
una jerga sarda, aprendida a retazos, a mordiscos, para hablar con los demás
niños y con la gente con la que se cruza en la calle o en la plaza. Te
recomiendo de todo corazón que no cometas ese error y dejes que tus hijos
absorban todo el sardismo que quieran, y se desarrollen espontáneamente en el
ambiente natural en el que han nacido: eso no será un obstáculo para su
porvenir, todo lo contrario.»
(1) En
M. Sacristán, Antonio Gramsci, Antología,
Siglo XXI Editores, 1970; p. 154.