sábado, 8 de julio de 2017

EL COLOR DE CRETA


«La fuerza de las erupciones volcánicas extrajo de las aguas la Grecia de hoy. Grecia es una de las regiones más sísmicas del globo. En tiempos históricos la península y las islas se han visto afectadas por más de trescientos terremotos… La tierra está agostada por el sol, enronquecida por la sequía, y tiene un color ceniciento que de vez en cuando se torna violeta o agresivamente rojo… Los árboles altos escasean. Junto al camino crece el acebuche de hojas estrechas, digitadas e inquietas que por el envés muestran un color verde plata. A ras de tierra, tomillo, menta y orégano, los aromas de los calores.» Son párrafos de “El laberinto junto al mar”, una descripción de Creta (donde nació Zeus, donde nació todo) y del resto de Grecia, escrita por Zbigniew Herbert (Acantilado 2013, traducción de Anna Rubió y Jerzy Slawomirski).
Venir a Creta es como volver al útero, un viaje al centro mismo, al inicio de la vida, a una de las primeras páginas de un gran libro sobre la humanidad en el que esa página está, no en blanco sino borrada, arrasada por un viento destemplado, y diseminada de cualquier manera en medio de un mar nunca apaciguado en el que cada una de las innumerables islas emerge como el recuerdo de una antigua catástrofe.
Dice Herbert que quien quiera pintar Creta con la paleta italiana habrá de prescindir de los tonos pastel. Quizás fue ese el secreto del Greco, que nació en esta tierra, según algunos en Fodele, al oeste de Heraklion, sobre la costa norte.
Es un paisaje primigenio en más de un sentido. En la visita al palacio (o mejor, centro ceremonial y administrativo) de Cnossos, es perceptible cómo los arquitectos se preocuparon de la orientación, de la luz, de la circulación del aire por el complejo de edificios, de las canalizaciones, y en cambio apenas atendieron a las imposiciones del ceremonial, a la saludable inyección de temor y respeto en los corazones de los súbditos, a lo monumental y a lo hiperbólico. Cnossos no oprime como Luxor ni atemoriza como Tenochtitlán; es un cosmos organizado, pero no desde la supremacía omnímoda del poder sino desde la distribución eficaz de los servicios y el almacenamiento adecuado de los víveres necesarios para todos. Su lección sigue presente, su batalla está ganada muchos siglos después de muerta, enterrada y desenterrada la vieja ciudad: las aguas fluyen limpias, los árboles crecen sanos en el valle. Despina, nuestra guía, nos explica ingenuamente que, como en Creta no hay industrias contaminantes, cuando llueve la lluvia nunca es ácida.
Colores de Creta: rojo, ocre, violeta, jalde, blanco cegador, verde hoja, toda la gama de los azules. Dice Herbert que los griegos pintaban los mármoles o las calizas porosas de sus monumentos porque era el mejor remedio para no quedarse ciegos.