lunes, 3 de julio de 2017

CONGOJAS


Desde mi llegada a Atenas, ayer a una hora imposible de la madrugada, son varias las personas que me han dicho que el lazo sagrado que unía a Syriza y al pueblo griego se ha roto. Me lo dicen con pena por mí, porque saben que he apoyado a Tsipras desde la primera hasta la undécima hora. “Lo hemos defendido porque era uno de los nuestros, me dice un amigo, pero él no ha cumplido su palabra.”
“Él” es Alexis Tsipras. El jefe del gobierno insiste ahora mismo en que se han conseguido, gracias a los sacrificios, la permanencia en Europa y el grueso del dinero del rescate; y que “todos” los índices de la economía han mejorado. Es un argumento que conocemos bien en otras latitudes; aquí lo esgrime la derecha.
No todos los índices, le retrucan. Ha habido un nuevo recorte de las pensiones más altas, y una nueva subida de impuestos bajando el listón del mínimo exento. Tsipras alega que defiende a los que cobran menos de seiscientos euros brutos, que son la gran mayoría. Pero los autónomos que cobran por encima de los 2.000, cantidad que no es para tirar cohetes, están obligados a pagar el 70% de sus ingresos. Se iguala (brutalmente) por abajo, mientras las grandes fortunas y los grandes empresarios siguen plantados en el mejor de los mundos. Eso no era lo prometido.
Se constata una cierta impotencia de las izquierdas delante de las leyes “de hierro” de la economía. Esto no se arregla con simple buena voluntad, es el dinero lo que mueve el mundo como cantaba Liza Minnelli: Money makes the world go round. Las izquierdas entran a ese juego, y sin embargo siguen apelando en sus plataformas a las viejas lealtades de quienes están desposeídos del dinero que mueve el mundo. Se acumula la fuerza social, movida por la insatisfacción, cuando no por la indignación; pero simultáneamente se perfila en el fondo del escenario una gran debilidad política. Sin partidos de masas arraigados en la sociedad, las nuevas plataformas electorales provistas de ingenios electrónicos con los que extender en proporción geométrica las redes de los “like”, proyectan gobernar, pero no de forma sustancialmente distinta a como ven que se está gobernando ahora.
Hay en la nueva política grandes dosis de doble lenguaje, hay gestos de sobra para la galería, hay brindis al sol muy vistosos, pero no hay proyectos fundamentados en los datos descarnados de “lo nuevo”, que permitan a sus seguidores abrigar la esperanza de ver mejorar las cosas. Ni siquiera el gran crac de la economía mundial dio paso a un cambio de política. Fue el dinero entonces quien recompuso los rotos y los descosidos, y lo hizo a su gusto y a su arbitrio. Y cobró intereses por ello, desde luego.
Y no es solo eso. Alemania se ha puesto a ganar también todos los campeonatos de fútbol. ¿Qué nos queda, entonces?