Desde mi llegada a
Atenas, ayer a una hora imposible de la madrugada, son varias las personas que
me han dicho que el lazo sagrado que unía a Syriza y al pueblo griego se ha roto.
Me lo dicen con pena por mí, porque saben que he apoyado a Tsipras desde la
primera hasta la undécima hora. “Lo hemos defendido porque era uno de los
nuestros, me dice un amigo, pero él no ha cumplido su palabra.”
“Él” es Alexis Tsipras.
El jefe del gobierno insiste ahora mismo en que se han conseguido, gracias a
los sacrificios, la permanencia en Europa y el grueso del dinero del rescate; y
que “todos” los índices de la economía han mejorado. Es un argumento que
conocemos bien en otras latitudes; aquí lo esgrime la derecha.
No todos los
índices, le retrucan. Ha habido un nuevo recorte de las pensiones más altas, y
una nueva subida de impuestos bajando el listón del mínimo exento. Tsipras
alega que defiende a los que cobran menos de seiscientos euros brutos, que son
la gran mayoría. Pero los autónomos que cobran por encima de los 2.000,
cantidad que no es para tirar cohetes, están obligados a pagar el 70% de sus ingresos.
Se iguala (brutalmente) por abajo, mientras las grandes fortunas y los grandes empresarios
siguen plantados en el mejor de los mundos. Eso no era lo prometido.
Se constata una
cierta impotencia de las izquierdas delante de las leyes “de hierro” de la
economía. Esto no se arregla con simple buena voluntad, es el dinero lo que mueve
el mundo como cantaba Liza Minnelli: Money
makes the world go round. Las izquierdas entran a ese juego, y sin embargo siguen
apelando en sus plataformas a las viejas lealtades de quienes están desposeídos
del dinero que mueve el mundo. Se acumula la fuerza social, movida por la
insatisfacción, cuando no por la indignación; pero simultáneamente se perfila en
el fondo del escenario una gran debilidad política. Sin partidos de masas
arraigados en la sociedad, las nuevas plataformas electorales provistas de ingenios
electrónicos con los que extender en proporción geométrica las redes de los “like”,
proyectan gobernar, pero no de forma sustancialmente distinta a como ven que se
está gobernando ahora.
Hay en la nueva
política grandes dosis de doble lenguaje, hay gestos de sobra para la galería, hay
brindis al sol muy vistosos, pero no hay proyectos fundamentados en los datos
descarnados de “lo nuevo”, que permitan a sus seguidores abrigar la esperanza
de ver mejorar las cosas. Ni siquiera el gran crac de la economía mundial dio
paso a un cambio de política. Fue el dinero entonces quien recompuso los rotos
y los descosidos, y lo hizo a su gusto y a su arbitrio. Y cobró intereses por
ello, desde luego.
Y no es solo eso.
Alemania se ha puesto a ganar también todos los campeonatos de fútbol. ¿Qué nos
queda, entonces?