domingo, 23 de julio de 2017

DESARME DE LOS DOGMATISMOS


Con una sinceridad desarmante, tan desprovista de retórica que podría ponerse como ejemplo de la virtud de la humildad, el papa Francisco ha reconocido que el big bang y la teoría de la evolución son hechos constatados científicamente e imposibles de negar, por más que los considera compatibles en último término con la tesis de la creación. Dios, en efecto, ha concluido el pontífice, no es un mago dotado de varita.
La consecuencia imposible de ocultar de esa declaración es que el dogma católico no tiene una vigencia eterna, que precisa de aggiornamentos del mismo modo que la liturgia. La santa iglesia ha matado mucho en aras de una fe sobrepuesta a los progresos de las ciencias, que recién ahora reconoce que no era unívoca y no acaparaba toda la verdad. Bienvenida la iglesia, entonces, al relativismo y a la duda, esa categoría del razonamiento alabada por Brecht en la que podemos reconciliarnos creyentes y no creyentes. La Fe, triunfal y con mayúscula, ya no sería un ingrediente necesario en las estructuras mentales de orden religioso (falta por ver aún lo que dice la curia al respecto); bastaría sencillamente con el cultivo de la buena fe, que a todos nos acomoda.
Y es que la teoría de la evolución, cambiando de tema, presenta meandros colaterales curiosos. Carlos Arenas y Javier Aristu nos cuentan uno de ellos en “La izquierda y la basílica Macarena” (1). En síntesis, el shift es el siguiente: el sevillano bar Casa Cornelio, punto de encuentro en las primeras décadas del siglo XX del obrerío anarquista y comunista, es cañoneado en julio de 1931 por iniciativa del capitán general Ruiz Trillo, coincidiendo con la declaración de estado de guerra en Madrid. Cañoneado, no para desalojar rebeldes, sino meramente por el ejemplo. Una efeméride digna de recuerdo.
En 1936, las “hordas rojas” a su vez prenden fuego a la parroquia de San Gil, donde tenía su sede espiritual la cofradía de la muy venerada Virgen Macarena. En 1949, concluida la guerra incivil y al tiempo que se van despachando las penúltimas represalias contra los vencidos, en forma de fusilamientos y prisiones, el general Queipo de Llano, virrey franco-andaluz indiscutido, decide levantar una basílica de nueva planta dedicada a la Macarena, en el solar en ruinas en el que estuvo en tiempos Casa Cornelio.
De este modo quedan unidas de forma indisoluble, en la memoria y en el lugar físico, el “viejo” movimiento obrero y la renovada devoción mariana. Los restos de Queipo están enterrados en la basílica, y algunos movimientos de izquierda exigen que sean expulsados del templo. Pero en el entrelazamiento de sucesos inverosímiles y contradictorios que solemos llamar Historia, las dos realidades, la devoción triunfante y el obrerismo reprimido, convergen en ese aleph, en ese nudo histórico preciso. Separarlos quirúrgicamente sería tan arbitrario e inútil como convertir la basílica en escuela de música, que es precisamente lo que las CUP proponen hacer con la catedral de Barcelona.
Lo más sensato, y también lo que proponen Arenas y Aristu, parece ser dejar las cosas como están, y volcar las energías populares en objetivos de mayor fuste y trascendencia. Ojalá que así sea.