Todo podría
arreglarse aún, pero la sensación generalizada es que nada se va a arreglar. No
es que la Constitución sirva en alguna cosa como remedio, sino que la auténtica
ley que rige el procés es la de
Murphy: todo lo que puede ir a peor, irá a peor.
El Govern de
Puigdemont, como en su día le ocurrió al ilustre gallego don Casto Méndez Núñez (cuyos restos mortales descansan en Pontevedra), con una sola
letra de diferencia, tiene que elegir entre honra sin bancos (ni Bimbo) y bancos sin honra.
Es sabido lo que eligió don Casto; toda la flota a pique, gran solución a la española. En el caso presente, casi todos los catalanes que miramos la disyuntiva desde un punto de vista laico y objetivo
nos sentimos inclinados a no llevar la cosa hasta ninguno de los dos extremos,
y considerar como mejor opción la de quedarnos en un término medio templado:
tal vez lo menos malo sea no tener tantos bancos (ni Bimbo) y tampoco tanta
honra, u honrilla, que es su variante desmelenada y heroica, su “espíritu de
Juanito” para expresarlo con una metáfora deportiva.
Todo lo cual se
conseguiría con una convocatoria anticipada de elecciones, en la que todos los
indicios señalan que el independentismo no crecería y el PDeCAT, ese extraño
pal de paller artificioso que ya no sostiene nada, se daría un batacazo fenomenal. Son gajes del oficio, querido Puchi.
Cuando no se puede ganarlo todo, conviene en ocasiones echar el freno y salirse
de la trayectoria de colisión. Es un gesto prudente. Ganarse, no se gana nada
en la operación; pero tampoco se arruinan de un solo golpe épico las
expectativas, tanto las propias, que eso es lo de menos, como las del país,
incluidas generaciones futuras que no han votado todavía en ninguna clase de
comicios plebiscitarios.
Del otro lado de la
frontera invisible, parece que el PP le está tomando gusto a las portentosas
posibilidades del 155. Aún no se ha aplicado en Cataluña y ya ha habido
amenazas de extenderlo a Euskadi y a Castilla-la Mancha. De la judicialización
de la política corremos el riesgo de pasar a la cientocincuentaycinquización de las
autonomías. Con un par. Mariano es mucho Mariano.
Un síntoma de la
agravación tal vez irreversible del cambio climático en la política española lo
ha dado María Antonia Trujillo, política socialista y ex ministra de la
Vivienda con Rodríguez Zapatero, que ha puesto el grito en el cielo porque en
un FosterHollywood del barrio madrileño de Chamartín le sirvieron con la cena
agua Font Vella, y eso es catalán. No piensa volver por allí, dice, y no me
extraña. ¿Cómo puede haber sido FosterHollywood tan cruel con María Antonia
Trujillo? Bebiendo agua catalana corres el peligro de una infección de
adoctrinamiento en el odio, y eso no, mira.
Resulta, sin
embargo, que la fuente en cuestión está en Guadalajara y el agua se embotella
en Extremadura. Como han hecho más recientemente Bimbo y el Banc de Sabadell,
el agua Font Vella externalizó hace tiempo sus activos, y su producción viene a
quedar muy lejos del círculo infernal del Mordor catalán.
Puchi y sus
camaradas de travesía están desfasados; no es Cataluña la que se separa, sino
España la que está en trance de independizarse de Cataluña.