Pocas páginas más
abajo en este mismo blog, el lector encontrará la siguiente reflexión sobre el dilema
del president de Cataluña: «Puigdemont puede optar por calmar la
irritación de la fiscalía y taponar las vías de agua por las que se escurren
los consejos de administración de las grandes empresas hacia horizontes más
despejados; o por el contrario,
precipitar la saga hacia su final, salvando el relato (la voluntad del pueblo,
el heroísmo, el martirio) a costa de dejar perder el mobiliario.»
Pues bien, ayer el president optó por abrazarse a un tiempo
a los dos cuernos del dilema: aspira a salvar, en el trance en el que se
encuentra, tanto el relato como los muebles.
Provisionalmente, claro.
Se da a sí mismo algunas semanas (no meses, ha puntualizado); es dudoso que
pueda disponer de ellas. Su intento de contentar a todos parece haber tenido consecuencias
opuestas. Los más aventureros en su campo le han puesto mala cara, y suena por
lo bajini la palabra “traidor”. Es sabido que los traidores tienden a
multiplicarse exponencialmente en esta clase de situaciones; posible que la
foto de Puchi se añada en un cartel de aparición inminente a la galería de anticatalanes
consagrados, que incluye de momento a un arco amplísimo de personalidades, desde
Felipe VI hasta Joan Coscubiela por lo menos, atropellando al paso de refilón
incluso a Antonio Machado.
Anna Gabriel
declaró anoche mismo que en la CUP son “independentistas sin fronteras”, frase
que puede entenderse de varias maneras, todas ellas descabaladas. Soraya Sáenz
de Santamaría habló de un “chantaje”. Chantaje, se entiende, para obligar al
gobierno a negociar lo que no quiere negociar ni de broma. Rajoy anda rumiando
una ejemplaridad, y ha convocado al ejército a unirse a policía y guardia civil
en la custodia de las fronteras que niega Gabriel.
Para expresarlo con
un símil deportivo, Puigdemont, atrapado en serios apuros y compromisos, ha alcanzado
a enviar el partido a la prórroga. Pero aun en el caso de que consiga no encajar
ningún gol en ese tiempo extra limitado, habrá de someterse de inmediato a la
ordalía de los penaltis.
En los penaltis, el
presi habrá de renunciar por fuerza a la hostia (en sentido propio) de la
catalanidad, que enarbola en alto como si la portara en esa custodia barroca y
sobredorada que preside las tradicionales procesiones del Corpus; o bien, al colchón
material que le proporcionan las aún cuantiosas empresas implantadas fiscalmente
en el territorio.
Las dos cosas al
tiempo no va a poderlas conservar en ningún caso; y transcurrido el breve
suspiro de la prórroga autoconvocada, puede quedarse sin las dos.