De vuelta en
Barcelona, mi Ítaca particular, donde unos pretendientes espurios forcejean entre
ellos para apropiarse de mi añejo, mi escaso pero precioso patrimonio. Guardo en la retina el sol de
Grecia, la claridad cegadora. Elijo para mi post otra imagen de la muestra “Odiseas”,
del Museo Arqueológico Nacional de Atenas.
Se trata del dibujo
trazado en el fondo de un kylix ático
de figuras negras, datado hacia 490-80 antes de Cristo, de procedencia
desconocida. El kylix, una taza
redonda y poco profunda, con un pie ancho y dos asas a los lados, era el recipiente
más común para el vino que se bebía en los simposios. Los simposios se
celebraban en la casa de un anfitrión privado, y tenían lugar en salas especialmente
decoradas en las que el elemento femenino de la familia nunca ponía el pie. Participaban
solo varones adultos, que bebían, charlaban, filosofaban y retozaban
ocasionalmente con hetairas, mujeres jóvenes contratadas para el caso que les servían
de comer, de beber, y de alguna otra cosa si se terciaba.
El vino griego era
espeso, de modo que el fondo del kylix era
invisible cuando estaba lleno de líquido. Con cada sorbo, el bebedor descubría parcialmente
un poco más de la escena pintada allí. Las imágenes solían tener algún elemento
sorprendente y una temática relacionada con los placeres dionisíacos (Dionisos, el
Baco romano, era el dios de la ebriedad) o eróticos.
Es el caso de la
imagen aquí reproducida: un hombre y una mujer se abrazan estrechamente, de
pie, envueltos en el mismo himatión. El himatión era una capa muy amplia, que
se llevaba sobre el quitón (una
túnica corta) o, en la época de más calor, directamente encima del cuerpo. El artista
no muestra cuál de los dos casos es el de su pareja: hombre y mujer se abrazan
íntimamente, quién sabe hasta qué punto de intimidad, envueltos debajo del himatión
del hombre, que crea un ámbito enteramente privado, exclusivo, para los dos.
Una especie de guirnalda enmarca la escena, que respira felicidad a través de
la actitud de las dos figuras.
Eros. Uno de los principios
vertebradores de una comunidad, y al mismo tiempo un impulso subversivo,
transgresor, igualitario, negador de toda jerarquía impuesta verticalmente por los dioses,
las armas o las leyes.
Muchas cosas podemos
aprender aún de los antiguos griegos.