Anota Bruno Trentin
en sus Diarios (Roma, 15 de septiembre de 1991) cómo el cabeza de una lista
minoritaria en el Congreso de la CGIL se había acogido al “teorema” de la
autodeterminación universal y omnímoda para exigir “su” derecho a nombrar de
forma incondicionada a los representantes de su cupo en el grupo dirigente del
sindicato. «Un recurso penoso», comenta Trentin con sequedad. Y a continuación
cita a Ralf Dahrendorf en relación con la fragmentación “autodeterminativa” que
estaba ocurriendo en esos días en los territorios de la antigua Unión Soviética
y la antigua Yugoslavia, para señalar que la autodeterminación invocada por los
nuevos países del mapa no responde a la exigencia de una autonomía efectiva
cultural y política por parte de una nación consciente de su complejidad, sino «a
una lógica tribal, unida a una intolerancia profunda hacia los derechos civiles
y los derechos individuales».
Habremos de
convenir en el contagio extenso de esta degeneración tribal del principio de la
autodeterminación en nuestro país. No solo ni principalmente en Cataluña,
aunque en Cataluña ha sido donde se ha llevado esa lógica falsa más lejos.
Tribalismo es lo opuesto a federalismo en dos sentidos: uno, es un movimiento
centrífugo, disgregador, mientras que la lógica federal es centrípeta,
unionista para decirlo con un término que ha devenido insultante en la lógica
catalana indepe. Dos, el tribalismo solo considera los derechos de la tribu, no
los de las personas individuales con toda su carga de complejidad personal,
familiar, laboral y cultural-ideológica; el federalismo, por el contrario, tiende
a incorporar las diversidades en torno a unos mínimos comunes garantizados para
todos.
No existen en la lógica
tribal ni en su vocabulario cosas tales como las identidades complejas; a pesar
de que las sociedades contemporáneas tienen como característica sobresaliente
una complejidad y una multiculturalidad crecientes.
Pero la lógica tribal centrífuga
acaba por alcanzar a los mismos que la promueven; las sospechas de traición
rondan a cada aparición de un disenso dentro del grupo dominante, y este acaba
por hacer implosión, atenazado por sus propias contradicciones.
No lo invento; lo hemos visto.