Carles Puigdemont
ha hecho este mediodía una declaración institucional. Las cosas, si hemos de
creerle, no están fáciles para la Cataluña independiente (¡caramba, esto es
nuevo!), pero ningún obstáculo prevalecerá contra quienes solo desean paz, democracia,
respeto y felicidad universal (ah, vamos, seguimos en las mismas).
El independentismo
parece dispuesto a atrincherarse en una República virtual, existente solo en la
viquipèdia catalana, que no ha sido reconocida por nadie e incluso resulta abiertamente
peligrosa para los estatus quo de los países vecinos (el Véneto y la Lombardía,
Bretaña y Córcega, Flandes, Escocia, las Feroe: la caja de Pandora que las
autoridades de la Unión Europea pugnan por mantener cerrada a toda costa
contiene malas vibraciones para un amplísimo elenco de situaciones de hecho indeseadas).
Los dirigentes
destituidos tienen en proyecto, al parecer, plantear recurso de
inconstitucionalidad por la puesta en marcha del 155, en base a la misma
Constitución que habían abolido alegremente en territorio catalán. El
contrasentido es excesivo. Tenía más pundonor, e incluso más sentido común,
Groucho Marx cuando afirmaba que jamás se rebajaría a pertenecer a un club con
el listón selectivo tan bajo como para admitir a una persona como él de socio.
Las consecuencias
que han empezado ya a producirse no arreglan la cuestión de fondo catalana. Los
dirigentes han sido insensatos, pero el malestar social va a seguir creciendo,
atizado por la pesada mano del Estado. Es muy dudoso que todo pueda resanarse a
partir de unas nuevas elecciones purificadoras, por muy neutrales que sean
quienes reciban el encargo de organizarlas. Pueden cambiar (poco) los actores,
pero el argumento de la comedia seguirá siendo el mismo. Y el contexto, y el
trasfondo. Incluso las bambalinas.
Un botón de
muestra. Ahora mismo hay voces de la España eterna que claman por poner fin al “tiro
en el pie” que representa un boicot nunca declarado pero igual de tangible a
los productos catalanes. Entre todos nos estamos haciendo daño a todos, bajo la
mirada impasible del Marianosaurio.
El problema de
Cataluña no se puede arreglar solo en Cataluña. Hay que mirar más allá,
ventilar las opciones, cambiar las bases de partida de tantos planteamientos
políticos “unilateralistas” además de unilaterales. Buscar soluciones
cooperativas y solidarias. Sin atajos. No hablo de federalismo porque el
federalismo no se implanta en cuatro días, y no se implanta por ley. Y si se hace
así, no funciona.
No va a ser posible
evitar la mano pesada del Estado, ni las víctimas colaterales, en Cataluña,
mañana. A partir de ahí, harán falta propuestas y perspectivas nuevas de
enderezamiento. Para Cataluña, claro está; pero sobre todo para España.