Después de la
victoria del Manchester City sobre el Nápoles, que lleva al team británico a liderar tanto la
Premier League como su grupo de Champions, su coach, el catalán de Santpedor Pep Guardiola, dedicó el triunfo a
los “dos Jordis” encarcelados por providencia de la jueza de la Audiencia
señora Lamela.
Enterado de la dedicatoria,
el ministro de Cultura español señor Méndez de Vigo comentó que Guardiola sabe
tanto de política como él mismo de física nuclear. (Lo que equivale, se supone,
a decir que ninguno de los dos tiene ni idea de las materias respectivamente citadas.)
Varias
consideraciones se me ocurren. La primera y principal es que este asunto es
completamente prescindible. Ni la dedicatoria de Guardiola añade nada a su currículo
plagado de éxitos, ni el comentario del ministro otorga un solo gramo de peso
específico a una trayectoria caracterizada por la inanidad concomitante. Méndez
de Vigo no es nadie, ni como político, ni como ministro, ni como cultura. Viene
a ser como Belén Esteban en un programa de la Cinco; su papel no consiste en
hacer nada, sino simplemente en estar ahí.
Ahondando en la
cuestión, sin embargo, contumaz como soy en mi vicio de partir los cabellos en
cuatro siguiendo su eje longitudinal, añadiré dos cosas aun: la primera, que la
comparación del ministro está mal puesta según los parámetros de la lógica
atistotélico-tomista; la segunda, que se trata de una afirmación circular.
Me explico.
La comparación lógica
sería la siguiente: «Guardiola sabe tanto de política como yo de fútbol.» Es
decir, lo mismo que ya el pintor Apeles, según una vieja fábula que nos ha
llegado escrita en pergaminos, reprochó al menestral que quiso ejercer de
crítico de arte: “Zapatero, a tus zapatos.” Ocurre que Méndez Vigo, como todo
español que se precie, está convencido de que él “sí” sabe de fútbol todo lo
que es posible saber, en parte por el repetido recurso a la sabiduría enciclopédica
almacenada en el diario Marca, y en parte también por ciencia infusa en los
genes de la porción viril de esta raza bendecida. Méndez Vigo no quiso, en
consecuencia, declararse lego en cuestión de tan grave trascendencia, y optó
por lo que, precisamente en fútbol, se conoce como “echar balones fuera”. Es
decir, trasladó (incorrectamente) el segundo término de la comparación hacia un
asunto abstruso, carente de importancia real y propio de algunos friquis extravagantes
y un tanto pirados, como es la física nuclear.
Que una operación
así la ejecute ante los micrófonos abiertos de los medios un ministro de
Cultura en ejercicio, y no un parroquiano en la barra de un bar de tapas, dice mucho
acerca de la calidad de la cultura, y de los ministros, en este país.
La segunda cuestión
a la que he aludido, es decir, la de que se trata de una afirmación
perfectamente circular, se comprueba con el siguiente enunciado alternativo,
que resulta tan cierto como el primero. Méndez de Vigo podía haber dicho sin la
menor incomodidad ni forzamiento: «Pep Guardiola sabe tanto de física nuclear
como yo de política.»