«Sólo el martirio
convincente de algunos patriotas puede desencallar la nave anhelante de marchar
rumbo a Ítaca.» Esto lo escribí yo mismo, algunas jornadas antes del 1 de
octubre (1). La profecía no es una de mis habilidades, pero las figuras del
tarot estaban muy claras: unas gotas de esencia de martirio en el cóctel
catalán favorecían tanto a los tres pilotos de la nave encallada,
el Loco (Puigdemont), el Mago (Junqueras) y la Sacerdotisa (Gabriel), para
enderezar el rumbo deseado hacia Ítaca; como, en sentido contrario, al Sumo
Sacerdote (Rajoy) y a la Justicia (Maza), acusados de blandura desde su costado
ultraderecho.
Las crismas rotas,
los dedos retorcidos, los hematomas, las contusiones, los destrozos en el
mobiliario urbano y los gritos insultantes a Gerard Piqué son, para unos, el
pasaporte a la independencia unilateral, sea ello lo que fuere en el concierto
de las naciones civilizadas que nos contemplan con estupor; y para otros, la
prueba del algodón de la unidad sacrosanta de la patria unánime en torno al
partido popular, ejemplo vivo para un mundo más incrédulo que descreído. Unos y
otros se preparan para seguir sus respectivas hojas de ruta, reforzados (o así
lo creen) por los resultados del 1-O.
Se están alzando
muchas voces en favor del diálogo. A mí también me parece importante, con una
salvedad: en primer lugar tendrían que comparecer en el escenario político los
dialogantes.
Con lo que hay en
este momento en el escaparate, no nos alcanza ni para los prolegómenos.