Tenemos el récord
Guinness de banderas por metro cuadrado. Somos el asombro del mundo en ese
aspecto, pero conviene, aunque sea solo de cuando en cuando, echar un vistazo a
lo que hay detrás.
Lo que hay
detrás de las banderas son 13 millones de españoles ─
12.989.405 según las estadísticas oficiales ─ en riesgo de pobreza y
exclusión social, según el Informe sobre
la pobreza en España para 2017.
No se trata de los
clásicos pobres de solemnidad, los que se ve a la puerta de las iglesias a la
salida de la misa del domingo, y en los días laborables a la puerta de los
supermercados, al acecho del euro que las amas de casa han insertado en la
ranura correspondiente para desbloquear el carrito de la compra. El 30% de esos
13 millones trabaja, o por mejor decir tiene alguna actividad laboral
remunerada, si bien poca actividad, y poco remunerada. El 15% tiene estudios superiores.
El riesgo afecta prácticamente por igual a varones y mujeres. Los jóvenes de
entre 16 y 29 años son el grupo más numeroso; uno de cada cuatro niños cae
también en esta categoría; 4,5 millones de pensionistas están incluidos en
ella.
Las cifras
absolutas han mejorado algo en el último año, pero esa mejoría puede no tener
continuidad; el problema es que el gobierno de España está ignorando
olímpicamente la agenda global para el desarrollo sostenible. Un dato al que ya
se ha hecho mención en este blog (1).
Pongo en relación los
datos del Informe con dos noticias recientes. Una tiene un carácter puntual y
anecdótico, pero también sintomático: la expulsión de dos niñas de un colegio. Se
llevaban del comedor escolar comida en unos tapers; una monitora las riñó por
hacerlo, y volvieron por la tarde con varios familiares para dar una paliza a
la monitora. El riesgo de pobreza y exclusión no es abstracto; se concreta, se
materializa, se destila en este tipo de sucesos.
La otra noticia son
los incendios de Galicia. La Xunta dirigida por Núñez Feijoo (PP) recortó drásticamente
las inversiones en prevención, una tarea que de otro lado suponía bastantes
puestos de trabajo para guardas forestales y otros. Ahora ha tenido que hacer
frente a una ola de incendios provocados. Los fondos que no se dedicaron a
prevención, se gastan en extinción. Hay, al parecer, intereses económicos de
empresas por medio. Por medio también, la pérdida de riqueza forestal y una
catástrofe ecológica de reparación larga y difícil.
Dos lógicas, dos
series de resultados. La desidia oficial se cubre con banderas de muchos palmos
de largo; la miseria cuida de sí misma arramblando sin escrúpulo con lo que es
del común; el deterioro en el patrimonio y en las normas de convivencia crece
en proporciones geométricas.
Maldito sea el
patriotismo exclusivo de los ricos. El patriotismo ful que utiliza las banderas
como tapaderas.