Se diría que todo
el pescado está ya vendido, a falta de la comparecencia del president Puigdemont el próximo martes
en un Parlament reducido a caja de resonancia de las poderosas corrientes
transversales que han sacudido Cataluña hasta un paroxismo eléctrico.
Apenas quedan por
resolver incógnitas: Puigdemont puede optar por calmar la irritación de la
fiscalía y taponar las vías de agua por las que se escurren los consejos de
administración de las grandes empresas hacia horizontes más despejados; o por el contrario, precipitar la saga hacia su
final, salvando el relato (la voluntad del pueblo, el heroísmo, el martirio) a
costa de dejar perder el mobiliario. En el primer caso, será forzoso que
convoque elecciones él mismo, desde una posición bastante desairada que podría
acarrearle una fuerte penalización por parte del electorado frustrado; en el
segundo, las elecciones las convocará el gobierno vía artículo 155, y el
electorado acudirá (o no) a las urnas bajo el peso de un agravio y una
humillación casi insoportables, lo que hace difícil prever cuál será el
resultado a fin de cuentas.
Conviene retener
algunos datos significativos en torno a la aventura vivida en los meses pasados:
Primero, el fiasco
absoluto de los partidos políticos en la dirección/negociación del proceso. Los
indepes se han atrincherado detrás del concepto (discutible) de la primacía de
la sociedad civil, dejando a ANC/Omnium el manejo de los hilos. En la izquierda
(salvado el PSC de Iceta, que las ha oído de todos los colores pero ha
mantenido una posición inequívoca y llena de dignidad), los partidos pequeños,
más o menos coaligados con cuatro puntadas de hilo mal embastado, se han
refugiado de un lado en la defensa genérica del derecho a decidir; y de otro
lado, en el ejercicio concreto del derecho a “no” decidir. Han vivido y dejado
vivir. No es eso lo que en principio se espera de un aspirante a “Príncipe
moderno”.
Segundo, ANC y
Omnium, colocadas así artificiosamente al frente de las grandes maniobras, han
demostrado poseer una gran capacidad de movilización puntual, pero no han sabido
graduar las reivindicaciones ni conducir la negociación de modo que los éxitos considerables
en la calle se plasmaran en alguna ventaja arrancada en las mesas de negociación.
Han hecho su apuesta al todo o nada, desdeñando las resistencias feroces que
estaban convocando, y que han acabado por devorarlas.
Tercero, esta ha
sido mayoritariamente una aventura de la Cataluña periférica, aquella que puso
en pie el president Pujol para emplearla como palanca contra el cap i casal y su cinturón industrial, hegemonizados
entonces por los socialistas. He leído en varios sitios que el gran protagonismo del evento referendal ha
correspondido a Barcelona. Es incierto. Barcelona solo ha proporcionado el escenario
de la representación, el gentío venía de las rodalías y de más allá, en autobuses
fletados por la ANC o por la AMI, la asociación de municipios cuyo protagonismo
ha sido decisivo, tanto en la intendencia de la movilización de masas como en
la organización concreta de la consulta. De Barcelona, ausente o autista la
izquierda como ya se ha explicado, no ha irradiado ninguna iniciativa, ningún
plan favorable ni contrario al proceso. Ha sido a todos los efectos un terreno
neutro.
Cuarto, la
burguesía bienestante y la menestralía han sido los estratos sociales más
favorables al proceso. La ascendencia catalana y las edades maduras también han
predominado en el bloque indepe. Las escuelas públicas no solo acogieron las
urnas para el referéndum, sino que además las defendieron con la convocatoria
desde los claustros de profesores a las APA, las asociaciones de padres, que
respondieron con su presencia en las aulas desde las cinco de la madrugada
hasta el final de la jornada y el recuento, salvo en los lugares en los que irrumpieron
profesional y proporcionadamente policía y guardia civil.
Quinto, la CUP no
ha sido ningún motor del proceso. Se ha limitado a desempeñar papeles de
agitación y de barullo ideológico, poco significativos en el conjunto. Ha procurado
robar planos siempre que ha podido, pero su papel ha sido parecido al de
McGuffin en las películas de Hitchcock: atraer llamativamente la atención para
despistar acerca de lo que realmente estaba ocurriendo.
El contraste de
todos estos datos sugiere una fuerte combinación de lo viejo y lo nuevo, tanto en
las formas de elaborar la política como en la novedosa reaparición de las masas
en procesos en los que la sociedad parecía haber perdido pie y participación en
favor de las instancias institucionales.
Tal vez estamos en
el umbral de cambios todavía mayores.