sábado, 7 de octubre de 2017

BALANCE PROVISIONAL


Se diría que todo el pescado está ya vendido, a falta de la comparecencia del president Puigdemont el próximo martes en un Parlament reducido a caja de resonancia de las poderosas corrientes transversales que han sacudido Cataluña hasta un paroxismo eléctrico.
Apenas quedan por resolver incógnitas: Puigdemont puede optar por calmar la irritación de la fiscalía y taponar las vías de agua por las que se escurren los consejos de administración de las grandes empresas hacia horizontes más despejados;  o por el contrario, precipitar la saga hacia su final, salvando el relato (la voluntad del pueblo, el heroísmo, el martirio) a costa de dejar perder el mobiliario. En el primer caso, será forzoso que convoque elecciones él mismo, desde una posición bastante desairada que podría acarrearle una fuerte penalización por parte del electorado frustrado; en el segundo, las elecciones las convocará el gobierno vía artículo 155, y el electorado acudirá (o no) a las urnas bajo el peso de un agravio y una humillación casi insoportables, lo que hace difícil prever cuál será el resultado a fin de cuentas.
Conviene retener algunos datos significativos en torno a la aventura vivida en los meses pasados:
Primero, el fiasco absoluto de los partidos políticos en la dirección/negociación del proceso. Los indepes se han atrincherado detrás del concepto (discutible) de la primacía de la sociedad civil, dejando a ANC/Omnium el manejo de los hilos. En la izquierda (salvado el PSC de Iceta, que las ha oído de todos los colores pero ha mantenido una posición inequívoca y llena de dignidad), los partidos pequeños, más o menos coaligados con cuatro puntadas de hilo mal embastado, se han refugiado de un lado en la defensa genérica del derecho a decidir; y de otro lado, en el ejercicio concreto del derecho a “no” decidir. Han vivido y dejado vivir. No es eso lo que en principio se espera de un aspirante a “Príncipe moderno”.
Segundo, ANC y Omnium, colocadas así artificiosamente al frente de las grandes maniobras, han demostrado poseer una gran capacidad de movilización puntual, pero no han sabido graduar las reivindicaciones ni conducir la negociación de modo que los éxitos considerables en la calle se plasmaran en alguna ventaja arrancada en las mesas de negociación. Han hecho su apuesta al todo o nada, desdeñando las resistencias feroces que estaban convocando, y que han acabado por devorarlas.
Tercero, esta ha sido mayoritariamente una aventura de la Cataluña periférica, aquella que puso en pie el president Pujol para emplearla como palanca contra el cap i casal y su cinturón industrial, hegemonizados entonces por los socialistas. He leído en varios sitios que el gran protagonismo del evento referendal ha correspondido a Barcelona. Es incierto. Barcelona solo ha proporcionado el escenario de la representación, el gentío venía de las rodalías y de más allá, en autobuses fletados por la ANC o por la AMI, la asociación de municipios cuyo protagonismo ha sido decisivo, tanto en la intendencia de la movilización de masas como en la organización concreta de la consulta. De Barcelona, ausente o autista la izquierda como ya se ha explicado, no ha irradiado ninguna iniciativa, ningún plan favorable ni contrario al proceso. Ha sido a todos los efectos un terreno neutro.
Cuarto, la burguesía bienestante y la menestralía han sido los estratos sociales más favorables al proceso. La ascendencia catalana y las edades maduras también han predominado en el bloque indepe. Las escuelas públicas no solo acogieron las urnas para el referéndum, sino que además las defendieron con la convocatoria desde los claustros de profesores a las APA, las asociaciones de padres, que respondieron con su presencia en las aulas desde las cinco de la madrugada hasta el final de la jornada y el recuento, salvo en los lugares en los que irrumpieron profesional y proporcionadamente policía y guardia civil.
Quinto, la CUP no ha sido ningún motor del proceso. Se ha limitado a desempeñar papeles de agitación y de barullo ideológico, poco significativos en el conjunto. Ha procurado robar planos siempre que ha podido, pero su papel ha sido parecido al de McGuffin en las películas de Hitchcock: atraer llamativamente la atención para despistar acerca de lo que realmente estaba ocurriendo.
El contraste de todos estos datos sugiere una fuerte combinación de lo viejo y lo nuevo, tanto en las formas de elaborar la política como en la novedosa reaparición de las masas en procesos en los que la sociedad parecía haber perdido pie y participación en favor de las instancias institucionales.
Tal vez estamos en el umbral de cambios todavía mayores.