Dice mi vecino de
blog José Luis López Bulla, que el discurso del rey de anoche fue “arroz pelao sin una gamba”. La descripción es
perfecta; las advertencias que la acompañan, oportunas.
En efecto, Felipe
VI no hizo en la solemne ocasión ningún guiño, ninguna referencia a un diálogo
que en estas tierras se está reclamando inútilmente, en todos los tonos, desde
hace siete años. Dos menciones a la “concordia”, pero ¿qué significa ese
palabro? En el discurso del rey, existe un territorio para la concordia en
España, y no lo hay en Cataluña; del mismo modo que la estabilidad parece ser
una característica de la sociedad española, y la desestabilización, de la catalana.
Y todos los problemas pueden y deben resolverse dentro de la legalidad, sería su
conclusión.
Pero en Cataluña la
legalidad no ha parado de decir No a todo, desde que hace ya siete años un
Estatut de autonomía aliñado en el Congreso soberano pero aun así votado en
referéndum por una mayoría de catalanes, fue recortado por el Tribunal
Constitucional a instancias del Partido Popular, que asentó su posterior
mayoría absoluta en la captación de miles de millones de firmas anticatalanas. La
decisión del alto tribunal fue, según el entender de los juristas, legal y
legítima; pero no dibujó precisamente un terreno de concordia.
No pretenderé que
esa sentencia haya sido la divisoria que ha inclinado a una gran proporción de
catalanes maduros y bienestantes del lado de la independencia. Las cosas son –
siempre – más complejas de como aparecen. Pero es cierto que después de aquello
ha habido siete años de vacas flacas según el sueño de Faraón, o sea de diálogo
de sordos, y que ahora mismo el major Trapero,
de los Mossos, va a ser imputado por sedición, aparentemente debido a su falta
de corresponsabilización en el uso “profesional y proporcional” de la fuerza
con la que se pretendió impedir una votación ilegal, sí, pero pacífica.
No parece la mejor
manera de abordar un futuro común, compartido y basado en la ¿concordia? Conviene
retirar de la circulación lo antes posible la falsa moneda de que la
inestabilidad política es un “virus catalán” que es necesario aislar a toda
costa; hoy, el desequilibrio y la inestabilidad son las principales características
de las sociedades postindustriales, en España y mucho más allá de España. No va
a ser posible seguir defendiendo por mucho tiempo el bipartidismo, el consenso
de la Transición y un orden constitucional claramente disfuncional ante la
presión creciente de generaciones jóvenes, casi recién llegadas al mercado de
trabajo y ya con la perspectiva de una vida entera de precariado con ingresos
en torno a los 400 euros mensuales si hay curro, que esa es otra.
Aquí uno de esos
jóvenes bárbaros enarbolaba una pancarta que rezaba «Viva Llach y muera Machado».
Tanto primitivismo, tanta simplificación, tanta rabia mal desahogada. No hace
falta matar a Machado, ya murió, víctima de una asonada de militares que
gritaban Muera la inteligencia y viva la muerte.
Necesitamos como el
agua pasar página. La página de 1714, la de 1939, tantas otras. Y, tal vez,
volver a llenar de sentido palabras vacías como ¿concordia?