In medio virtus, predicaban los romanos antiguos, en el medio está la
virtud, y seguramente por culpa de la magia de los latines la frase fue
trasladada a los catecismos escolares de urbanidad y buenas costumbres acuñados
con el Nihil obstat (no hay objeción)
de la censura eclesiástica, que en nuestro país ha sido casi toda la censura
existente y desde luego la más acreditada, desconfíe de las imitaciones.
Es así que nos
queda a todos, veteranos y en gran medida también jóvenes, una tendencia inquietante
a quedarnos a la mitad en todo, a empantanarnos (Coscubiela dixit) por la inercia heredada que nos
lleva a concebir el exceso de cualquier clase como la peor manera de señalarse,
y la prudencia como la más excelsa de las virtudes.
Estar en medio de
todo sin destacar en nada, ese sería el desiderátum. Tiene poco que ver con la
ética ─nadie, que yo sepa, preconiza que el ideal ético consista en una
equidistancia─, y mucho en cambio con la cautela. Robar sí, pero sin que se
note mucho. Corromper, pero no a cualquiera. Violar en grupo, pero con la
justificación de que era broma. Prevaricar, malversar, prostituir, sobornar:
todo es posible, nihil obstat, pero siempre
en una proporción razonable, sin exagerar nunca. Aquí no pasa nada salvo alguna
cosa, según la definición magistral de Mariano Rajoy acerca de lo que está
ocurriendo de puertas adentro de su propia casa.
Quim Torra, el
flamante president de una Generalitat
catalana doblemente vicaria, vaticinó que la proximidad de la sentencia de la
Gürtel conllevaría como reacción, a modo de diástole consecuente a la sístole,
una nueva macrorredada de la Guardia civil en alguna institución dependiente de
la Generalitat catalana.
Así ha sido, punto
por punto. Premio para el caballero.
No obstante, la
macrorredada en cuestión ha detectado un desvío de 10 millones de euros para
las necesidades del procés. No hay una simple oscilación del péndulo, entonces,
y en el medio no está la virtud. En el medio de la doble dinámica, y
equidistante de dos excesos delictivos, se ha encontrado otro delito más
contra la propiedad pública. La única diferencia es que este quedaba más
disimulado; pero no era menos delito.
Ni la teoría ni la
práctica de la equidistancia nos sirven para nada. Necesitamos sanear a fondo las
instituciones, no un simple baldeo de cubierta; necesitamos cambios estructurales,
y no homeopatía.