jueves, 17 de mayo de 2018

LEÑA AL MONO


Era previsible, y está sucediendo: la Fiscalía investiga al president Torra por cargos de xenofobia; se ha enviado a las redes europeas un amplio surtido de sus tuits más apestosos, y el Gobierno de España, célebre en el mundo por su repudio exquisito de la incorrección política, ha renunciado a estar presente en la toma de posesión del investigado, no vaya a caerle alguna mancha en el orillo de la túnica sagrada.
No pretendo en ningún caso defender la xenofobia; tan solo señalar que se trata de un haba que se cuece en muy diferentes latitudes. Se nos excusará cierta insensibilidad cuasi patológica en este tema a quienes venimos de muchos años atrás siendo calificados de “catalufos” y otras lindezas idiomáticas que no constan en el diccionario de la Real Academia. No ha habido matices diferenciales en ese pimpampum; se ha dado como hecho probado que existían gatos persas, y se ha concluido sin más en este asunto que todos los persas eran gatos.
Conviene sin embargo distinguir entre las personas y las instituciones representadas por esas personas. Si algo se quiere proponer desde el Centro respecto de la relación ─asimétrica o simétrica, para el caso─ de Cataluña con el resto de las autonomías y con una España no esencialista ni solipsista, ese algo habrá de ser propuesto, hoy, necesariamente a Quim Torra. No valen, o no veo cómo pueden valer, baipases ni puenteos. Lo que haya de hacerse (y habrá de hacerse pronto) habrá que hacerlo con él. No con Quim Torra en tanto que xenófobo, sino en tanto que investido.
Así están las cosas. Yo he formado parte años atrás de varias comisiones negociadoras de convenios nacionales. No apreciábamos particularmente la personalidad de quienes se sentaban frente a nosotros, pero nunca se elige con quién negocias; la negociación surge de la necesidad de encontrar, conjuntamente con la parte contraria, soluciones a conflictos, o dicho de otro modo a unas dificultades comunes pero contrapuestas.
Se da en este sentido una ceguera particular en la actitud general del gobierno. Se diría que sigue aún acomodado en una mayoría absoluta que hace años que no existe, y cerrado en la idea de imponer las soluciones que le apetecen, en bloque, cuando solo le es dado negociarlas, cediendo algo de su parte a cambio.
Quim Torra no es Carles Puigdemont, ni Jordi Sánchez, ni Jordi Turull, ni Marta Rovira, ni Elsa Artadi. Tampoco es algo muy distinto, pero cumple con los requisitos mínimos que se exigían a un candidato a la investidura. Los esfuerzos actuales del gobierno por descalificarlo y de la fiscalía por procesarlo, solo tienen una lectura posible: el problema de Cataluña no se pretende negociar, la consigna es avasallar.
En sentido propio y directo, avasallar es convertir a hombres libres, a ciudadanos, en vasallos. Es más o menos eso: leña al mono. En la propuesta recurrente de diversos políticos centralistas, ahora verbalizada por el siempre zafio Losantos: bombardear Barcelona.
Eso no es xenofobia, claro.