Era previsible, y
está sucediendo: la Fiscalía investiga al president Torra por cargos de
xenofobia; se ha enviado a las redes europeas un amplio surtido de sus tuits
más apestosos, y el Gobierno de España, célebre en el mundo por su repudio
exquisito de la incorrección política, ha renunciado a estar presente en la
toma de posesión del investigado, no vaya a caerle alguna mancha en el orillo
de la túnica sagrada.
No pretendo en
ningún caso defender la xenofobia; tan solo señalar que se trata de un haba que
se cuece en muy diferentes latitudes. Se nos excusará cierta insensibilidad cuasi
patológica en este tema a quienes venimos de muchos años atrás siendo calificados
de “catalufos” y otras lindezas idiomáticas que no constan en el diccionario de
la Real Academia. No ha habido matices diferenciales en ese pimpampum; se ha dado
como hecho probado que existían gatos persas, y se ha concluido sin más en este
asunto que todos los persas eran gatos.
Conviene sin embargo
distinguir entre las personas y las instituciones representadas por esas
personas. Si algo se quiere proponer desde el Centro respecto de la relación ─asimétrica
o simétrica, para el caso─ de Cataluña con el resto de las autonomías y con una
España no esencialista ni solipsista, ese algo habrá de ser propuesto, hoy,
necesariamente a Quim Torra. No valen, o no veo cómo pueden valer, baipases ni
puenteos. Lo que haya de hacerse (y habrá de hacerse pronto) habrá que hacerlo con
él. No con Quim Torra en tanto que xenófobo, sino en tanto que investido.
Así están las
cosas. Yo he formado parte años atrás de varias comisiones negociadoras de
convenios nacionales. No apreciábamos particularmente la personalidad de
quienes se sentaban frente a nosotros, pero nunca se elige con quién negocias; la
negociación surge de la necesidad de encontrar, conjuntamente con la parte contraria, soluciones
a conflictos, o dicho de otro modo a unas dificultades comunes pero contrapuestas.
Se da en este
sentido una ceguera particular en la actitud general del gobierno. Se diría que
sigue aún acomodado en una mayoría absoluta que hace años que no existe, y
cerrado en la idea de imponer las soluciones que le apetecen, en bloque, cuando
solo le es dado negociarlas, cediendo algo de su parte a cambio.
Quim Torra no es
Carles Puigdemont, ni Jordi Sánchez, ni Jordi Turull, ni Marta Rovira, ni Elsa
Artadi. Tampoco es algo muy distinto, pero cumple con los requisitos mínimos
que se exigían a un candidato a la investidura. Los esfuerzos actuales del
gobierno por descalificarlo y de la fiscalía por procesarlo, solo tienen una
lectura posible: el problema de Cataluña no se pretende negociar, la consigna
es avasallar.
En sentido propio y
directo, avasallar es convertir a hombres libres, a ciudadanos, en vasallos. Es
más o menos eso: leña al mono. En la propuesta recurrente de diversos políticos
centralistas, ahora verbalizada por el siempre zafio Losantos: bombardear
Barcelona.
Eso no es xenofobia,
claro.