Tres amigos de la familia soplan las velas que conmemoran el bicentenario de Carlos Marx. (Foto, Juan López Lafuente)
No guardo memoria clara
de quiénes fueron los protagonistas, ni de las circunstancias exactas en las
que se produjeron los hechos, de modo que les ruego que no atiendan a los
pormenores sino a la sustancia del acontecimiento en sí. Se trata de un
entrenador de baloncesto que, a falta de digamos siete segundos para el
bocinazo final del partido, y perdiendo su equipo por más de treinta puntos,
pidió a la mesa un tiempo muerto.
¿Para arreglar qué?
¿Para dar vuelta de qué modo al resultado? El tiempo muerto, sin embargo,
estaba dentro de las atribuciones reglamentarias del coach, y la mesa lo concedió. El técnico rival pilló un mosqueo de
cuidado y se negó a estrechar la mano del perdedor cuando, agotados sin mayores
incidencias los siete segundos que faltaban, los jugadores de ambos equipos
tomaron por fin el camino de las duchas.
¿De qué sirve un
tiempo muerto cuando no sirve de nada?, es la pregunta. ¿Qué sentido tiene una
astucia de manual cuando el desnivel en el marcador es tan fuerte que todos los
recursos están ya abocados a la inanidad?
Es el caso de JxCat,
que ha decidido rellenar el tiempo que aún queda para la convocatoria de nuevas
elecciones proponiendo una vez más la imposible investidura telemática de
Carles Puigdemont, el fugitivo de Berlín antes Waterloo, y dejar para un poco
más luego la decisión real y final: o gobierno factual y factible, o nuevos
comicios.
¿Alguien agradecerá
algún día a esta colla sardanista
trasnochada los desvelos que se está tomando para intentar mantener el suspense
acerca del final de la película, cuando todos estamos ya al tanto del spoiler?
La mística de una
legitimidad transmitida con el transcurrir de los siglos desde Guifré lo Pilós hasta
Carles el Flequillo, es imposible de sostener con argumentos no digo jurídicos,
sino mínimamente racionales. No hay legalidad que defender, no hay correlación
de fuerzas que imponer, hay solo leyes fantasmales votadas por una mayoría
mecánica en un parlamento también fantasmal. Ni sombra de un futuro, ni sombra
tampoco siquiera de un presente viable, de un “ir tirando” a la espera de
tiempos mejores.
Los diputados de JxCat,
reunidos a la sombra de Puigdemont, juegan a la ficción de que el artículo 155
no existe, o de que no se aplica y ellos tienen la sartén por el mango. Otra
ficción que les mueve, menos inocente, es la presunción de que el “país” les va
a respaldar hagan lo que hagan.
Tiempo muerto. El
reloj se ha detenido de nuevo, a falta de siete segundos para el final del
partido.