miércoles, 16 de mayo de 2018

LOS ELEMENTOS DE LA PATRIA


La escenografía minimalista de Carles Grouchemont para sus encuentros parapolíticos en Berlín incluye dos elementos simbólicos evocadores de la patria: de un lado, un sillón historiado con visos de trono que lo coloca a una altura ligeramente superior a la de sus interlocutores, obligados a servirse de un sofá; de otro, una talla de la Moreneta de tamaño modesto, colocada sobre una mesita auxiliar.
El poder y la legitimidad. Simbólicos. No hace falta nada más para construir una patria virtual en un escenario cualquiera. La patria es el lugar de donde uno se siente, y ese lugar es mucho más pequeño y anodino de lo que se suele pensar.
Apunto mi recentísima experiencia personal, ahora que estoy de nuevo en Egáleo, Atenas. Los dos símbolos (no puedo llamarlos de otra manera) que me han hecho sentir de nuevo “en casa” han sido el fuerte aroma de especias varias que sale por la puerta de “To Piperi” (La Pimienta), la tienda de nuestra misma calle a la que acudimos cuando queremos sazonar suculentas parrilladas de carne o de pescado; y el trino alegre e insistente de un pájaro colgado en una jaula en la terraza de enfrente de la habitación donde he instalado mi ordenador portátil. Me llega por la ventana abierta de par en par (aquí estamos ahora a un punto menos de los treinta grados). Se trata probablemente de un ruiseñor, pero no soy un experto en aves canoras. A su canción optimista se unirán en algún momento arrullos de tórtolas, estas en libertad. En Barcelona no puedo disfrutar de este tipo de acompañamiento musical.
En “Librotea”, una sección de recomendación de libros que aparece en elpais, daban ayer la lista de las veinticinco obras más influyentes en la historia de la literatura occidental. Bajo este título rimbombante aparecen títulos muy respetables en general, pero cuestionables de todos modos. Vienen ordenados por orden cronológico de aparición. El segundo es la Biblia, pero no se dice cuál. Es decir, se omite el hecho de que unas partes de ese compendio de escritos de origen e intención muy diversos han sido (siguen siendo) verdad divina revelada para unos y ponzoña venenosa para otros, y que los unos y los otros se han perseguido de forma implacable y se han dado muerte de las formas más retorcidas, en defensa o en ataque de versículos concretos. La "influencia", en el caso de la Biblia, va de eso. Resumirla como un monumento cultural sin precisar sus contornos, lo que se incluye en ella y lo que se descarta, es caer en un equívoco complaciente.
Y si la Biblia sin más precisiones resulta una patria difícil para cualquier lector, lo mismo ocurre con la primera, la más antigua, de las recomendaciones de Librotea: la Ilíada, de Homero, historia de una guerra cultural y comercial despiadada, emprendida bajo el pretexto de un tema de violencia de género (el rapto de Helena) en el que las partes dilucidan con la finura de jueces pamplonicas si hubo o no hubo consentimiento expreso o tácito de la víctima.
El libro está mal elegido. Puestos a optar por una de las epopeyas de Homero, la Odisea es de largo la más universal, la más moderna incluso.
Hay muchas interpretaciones posibles para ese recorrido existencial por mil países, por mil peligros, en busca de la Ítaca añorada. Para unos será una historia de legitimidad, de lucha por la recuperación de la pertenencia propia contra unos pretendientes codiciosos.
Pero también es legítimo ver la historia desde el prisma que nos proporcionó Constantin Cavafis en un poema inolvidable (aunque Librotea no lo haya incluido en su Top 25): en el viaje a Ítaca, lo importante es el viaje en sí mismo, la aventura y el conocimiento que se adquieren a lo largo de la esforzada travesía. La patria no es más que el final de la historia, un anticlímax, un lugar donde irán a reposar finalmente tus huesos desgastados por tanta vida vivida apasionadamente en el extranjero ─ en el mundo ─.