Soledad
Gallego-Díaz nos hace un favor a todos, desde su tribuna en elpais, al
recordarnos que los considerandos de la sentencia de la trama Gürtel referidos
a la responsabilidad del Partido Popular en la construcción del entramado
corrupto, y a la falta de credibilidad de las declaraciones de su presidente,
deberían comportar de forma inmediata y automática la dimisión del gobierno,
según usos inveterados establecidos desde hace al menos un par de siglos en
democracia, y según cualquier lectura que se haga de los preceptos de nuestra
Constitución, ya sea en sentido recto, inverso, diagonal, transversal o sesgado.
Lo cierto es que
nadie, a estas alturas, espera una dimisión de Mariano Rajoy. El único acuse de
recibo que se percibe hasta el momento en las altas esferas de la gobernanza
del país ha consistido en la indicación hecha a RTVE de “colar” la noticia de
la sentencia en los programas informativos en un lugar secundario, fuera de titulares
y con un tratamiento minimalista. Como se hablaría de un brote de salmonelosis
en la Alcarria, por ejemplo.
Es notoria la
escasa sensibilidad de la piel de Rajoy a los pruritos y escozores que comporta el
uso regular y habitual de las mamandurrias democráticas. “Piel de elefante”, lo
calificó Angela Merkel con cierto estupor admirativo. Cuando todo se está
moviendo en el escenario europeo, a la cancillera le alivia los temores y la ratifica
en su fe liberal el hecho de contar con un jardinero fiel que no está dispuesto
a perder de un día para otro la perseverante confianza en las bondades de la
política de mercado, así caigan chuzos de punta; ni a dar un solo paso al
costado y abandonar el poder, mientras no lo desentube el equipo médico
habitual.
Por esa razón,
porque Mariano no está ni se le espera en ese terreno, ha empezado a cocinarse
en los territorios de la leal oposición una moción de censura. Damos albricias
y al mismo tiempo nos tentamos la ropa. No es imposible que la moción fracase,
a pesar de todo; y que cuando todos despertemos de nuestro sueño, el
marianosaurio siga allí, impertérrito, y nos comunique que su primer y
principal deber democrático como muy español y mucho español consiste en
asistir en el palco de personalidades al partido inaugural de la Roja en el próximo
Mundial de fútbol.
Si fuera así,
ganaría puntos la idea subversiva de que cada pueblo tiene el gobierno que se
merece.