Cabría esperar de
los/las padres/madres de la patria alguna elevación de miras en relación con la moción de
censura presentada por Pedro Sánchez, pero todos los indicios sugieren que no está
ocurriendo así. La posición más extendida entre los/las próceres/as parece ser:
“¿Y yo qué gano con eso?” La sentencia sobre la corrupción organizada del PP ha
dejado impertérrita a la parroquia. El representante de Coalición Canaria ha
venido a decir que mientras “lo suyo” funcione, lo demás le parece tortas y pan
pintado. El veterano socialista extremeño Juan Carlos Rodríguez Ibarra, reconocido
como el continuador más dedicado del arte de Cantinflas y de Chiquito de la
Calzada, ha declarado sin descomponer el gesto que prefiere “un gobierno que
robe a una España rota”. En parecido sentido se ha manifestado Susana Díaz, que
ha pedido “cuidadito con quién nos juntamos”, obviando el hecho de que ahora
mismo ella está arrejuntada con el mismísimo patio de Monipodio en plenario. El
representante del PDeCAT advierte de que el voto de su formación va a tener un
precio altísimo, lo cual, ya de por sí, indica un acomodo complaciente al nivel
de corrupción realmente existente. Ciudadanos exige elecciones inmediatas para
apoyar la moción, y el PNV que no las haya para lo mismo. Cada cual mira por su
parcela. Por su campanario, en la gráfica expresión de José Luis López Bulla.
Si eso es lo que
nos aguarda este jueves, apaga y vámonos. La prevención escrupulosa hacia los
riesgos que pueda comportar lo nuevo no guarda proporción con esa querencia, al
parecer irresistible, a retozar y rebozarse en el lodazal, que exhiben sin
pudor los portavoces más conspicuos del gallinero. ¿Qué tiene que ver el desalojo
del PP de su trinchera con la rotura de España? ¿Qué España sería esa, capaz de
sobrevivir intacta solo inyectándose en vena grandes dosis de corrupción y
tráfico de influencias?
Sería de agradecer
un esfuerzo por parte de todos para diferenciar adecuadamente los dos (o más) problemas
que a toda costa se quiere mezclar. No es de recibo consentir el saqueo
organizado de la cosa pública con el argumento de que de ese modo se garantiza la unidad de la
patria. No existe ninguna disyuntiva entre ambos objetivos, regeneración y unidad son
perfectamente compatibles.
Tan solo se precisa
una miaja de buena voluntad. Voluntad política, me refiero. Algo que no abunda
precisamente en el cotarro.
Y nuestros próceres
y próceras lo saben muy bien, mientras trompetean en tertulias y ruedas de
prensa profetizando desgracias sin cuento si triunfa la moción.