Hace ya algún
tiempo incluí en estos ejercicios de redacción un consejo absolutamente
desinteresado: “Lean a Fred Vargas”. (1)
Incluí, no faltaba
más, los motivos que se me ocurrían para hacer lo que yo proponía. No retiro ni
un milímetro de lo dicho en la ocasión, si bien he de hacer constar que desde
entonces he leído algunas historias de Vargas demasiado brumosas,
inconsecuentes y deshilachadas para rectificar mi anterior consejo. “Lean a
Fred Vargas, pero no cualquier cosa”, sería entonces el matiz añadido. Lo he
consensuado a medias con el magistrado Miquel Falguera, letraherido como yo del
género negro y cuya posición sólidamente defendida es, no exactamente igual, pero
sí simétrica a la mía. Esto es lo que él propone: “No lean a Fred Vargas, salvo
alguna excepción”. A ustedes, lectores, les corresponde calibrar los parecidos
y las diferencias entre la propuesta de Falguera y la mía.
El caso es que este
año se ha concedido a la escritora el Premio Princesa de Asturias de las Letras.
Por qué a ella y no a otro escritor cualquiera, esa es la cuestión. Es sabido
que la concesión de premios literarios está sujeta a consideraciones complejas
y a equilibrios delicados. Tocaba premiar a una mujer, por ejemplo; y a una
mujer con algún compromiso palpable con el feminismo, si bien no con una
militancia directa, dado que las militancias directas dañan la posición de
Punto Fijo y de función arbitral que la teoría atribuye a la Corona.
Acotado así el
campo, y habida cuenta de que Margaret Atwood, la prestigiosa inspiradora de la
serie televisiva del cuento de la criada, ya había recibido el premio en 2008 y
no se estila repetir, era necesario buscar alguna novedad en el género. Al
parecer fue Gustavo Suárez Pertierra quien hizo la propuesta de Vargas, y esta
fue finalmente aceptada. Seguramente no ha llegado aún el momento de galardonar
a alguna de las escritoras africanas que despuntan; de África nos llega ya
demasiado personal no convocado, y un galardón a destiempo podría ejercer un
indeseado efecto llamada.
Fred Vargas está en
el punto justo de compromiso y no compromiso que se buscaba. Premiarla ha sido
una solución hábil, más que una justicia incontestable. Es francesa, pequeño
defecto en un momento de tanto patriotismo mal contenido, pero el seudónimo
Vargas trae ecos patrios, y también Albert Rivera, que solo ve españoles en
todas partes, ha recurrido a un francés de nombre aceptable, Manuel Valls, para
acabar de rellenar sus propios estadillos electorales.
Fredérique cumplía todos
los requisitos necesarios y no está perseguida por la Fiscalía, como les ocurre
a Valtonyc y a Willi Toledo. Era claramente premiable, y ha sido premiada. No
desentona en relación con lo que se está dando por ahí, y este año además no
habrá Nobel de literatura.
Todo en orden,
entonces. Para ustedes, lectores, el único dilema se retrotrae a lo que ya les planteé
hace cerca de cuatro años: Lean a Vargas, como yo propuse entonces, o no lean a
Vargas, como sostiene con toda legitimidad mi amigo Miquel Falguera.