jueves, 24 de mayo de 2018

PREMIEN A FRED VARGAS


Hace ya algún tiempo incluí en estos ejercicios de redacción un consejo absolutamente desinteresado: “Lean a Fred Vargas”. (1)
Incluí, no faltaba más, los motivos que se me ocurrían para hacer lo que yo proponía. No retiro ni un milímetro de lo dicho en la ocasión, si bien he de hacer constar que desde entonces he leído algunas historias de Vargas demasiado brumosas, inconsecuentes y deshilachadas para rectificar mi anterior consejo. “Lean a Fred Vargas, pero no cualquier cosa”, sería entonces el matiz añadido. Lo he consensuado a medias con el magistrado Miquel Falguera, letraherido como yo del género negro y cuya posición sólidamente defendida es, no exactamente igual, pero sí simétrica a la mía. Esto es lo que él propone: “No lean a Fred Vargas, salvo alguna excepción”. A ustedes, lectores, les corresponde calibrar los parecidos y las diferencias entre la propuesta de Falguera y la mía.
El caso es que este año se ha concedido a la escritora el Premio Princesa de Asturias de las Letras. Por qué a ella y no a otro escritor cualquiera, esa es la cuestión. Es sabido que la concesión de premios literarios está sujeta a consideraciones complejas y a equilibrios delicados. Tocaba premiar a una mujer, por ejemplo; y a una mujer con algún compromiso palpable con el feminismo, si bien no con una militancia directa, dado que las militancias directas dañan la posición de Punto Fijo y de función arbitral que la teoría atribuye a la Corona.
Acotado así el campo, y habida cuenta de que Margaret Atwood, la prestigiosa inspiradora de la serie televisiva del cuento de la criada, ya había recibido el premio en 2008 y no se estila repetir, era necesario buscar alguna novedad en el género. Al parecer fue Gustavo Suárez Pertierra quien hizo la propuesta de Vargas, y esta fue finalmente aceptada. Seguramente no ha llegado aún el momento de galardonar a alguna de las escritoras africanas que despuntan; de África nos llega ya demasiado personal no convocado, y un galardón a destiempo podría ejercer un indeseado efecto llamada.
Fred Vargas está en el punto justo de compromiso y no compromiso que se buscaba. Premiarla ha sido una solución hábil, más que una justicia incontestable. Es francesa, pequeño defecto en un momento de tanto patriotismo mal contenido, pero el seudónimo Vargas trae ecos patrios, y también Albert Rivera, que solo ve españoles en todas partes, ha recurrido a un francés de nombre aceptable, Manuel Valls, para acabar de rellenar sus propios estadillos electorales.
Fredérique cumplía todos los requisitos necesarios y no está perseguida por la Fiscalía, como les ocurre a Valtonyc y a Willi Toledo. Era claramente premiable, y ha sido premiada. No desentona en relación con lo que se está dando por ahí, y este año además no habrá Nobel de literatura.
Todo en orden, entonces. Para ustedes, lectores, el único dilema se retrotrae a lo que ya les planteé hace cerca de cuatro años: Lean a Vargas, como yo propuse entonces, o no lean a Vargas, como sostiene con toda legitimidad mi amigo Miquel Falguera.