El Investido
catalán, Quim Torra, se ha dirigido por carta al presidente del gobierno
español Mariano Rajoy, en demanda de un diálogo “sin límites ni condiciones”. No se
adivina la intención del 131º president de la Generalitat al señalar lo que
queda entrecomillado. Podría estar ofreciéndose a no poner por su parte ningún
límite ni condición al Estado central, pero ese ofrecimiento resulta
contradictorio con el hecho de que ya se ha incumplido por parte catalana un
límite o condición previamente impuesto: el de no nombrar consellers presos ni
fugitivos. Cuatro ha nombrado Torra.
Entonces el sentido
de la frase no parece ser el de una oferta, sino el de una amenaza. A saber: Estamos
dispuestos a dialogar, pero no de ningún modo a admitir límites ni condiciones.
Un absurdo. Eso no
es negociación, sino una tertulia en la 5. Habría sido más veraz, y seguramente
también más sensato, salir de inicio con la proposición: “dialoguemos, pero con
los límites y condiciones inexcusable que a continuación se enumeran.” Una vez
establecida adecuadamente y conocida por la ciudadanía la doble batería de
límites y condiciones establecida desde ambas partes para la negociación, todos
tendríamos una idea más clara del recorrido posible de dicha negociación: corto en
todo caso, pero tal vez "muy muy" corto, o por ventura no "tan" corto.
En las circunstancias
establecidas y corroboradas, la respuesta del gobierno ha sido la previsible: prolongar
sine die la vigencia del 155. No se
endurecen de momento sus términos (es decir, sus “límites y condiciones” en el
lenguaje de Torra), pero tanto Rivera como Sánchez están por la labor de seguir
dando leña al mono hasta que hable inglés. Mariano Rajoy disfruta de momento de
la prerrogativa de situarse en el centro del tablero político y reclamarse por
consiguiente del partido de la moderación. Sin embargo, su propia situación
altamente inestable le empujará más temprano que tarde hacia la línea punitiva
pura y dura ampliamente mayoritaria en España en este momento. Y nadie podrá
objetar la inexistencia de razones de peso para ello.
Ese endurecimiento
es lo que desea la CUP, consecuente con su visión antisistema (“cuanto peor,
mejor”), y a donde apunta también JxCat, formación en desguace político a la
que solo el caos absoluto puede mantener en el candelero (“de perdidos al río”).
Y así estamos, en
equilibrio sobre la cuerda floja. El Plan D del independentismo ha entrado en
vía muerta nada más arrancar la nueva etapa. Los adivinos y los arúspices van ya de
retirada hacia el antro de la Sibila para conjeturar, en base a las entrañas de las
bestias sacrificadas y al vuelo de las aves, quién será el/la president número 132 de la Generalitat.
Tal vez consigan
averiguar, de paso, si todos los trabajos llevados a cabo hasta ahora por la
independencia, y los que vendrán, van a servir de algo con vistas a un mayor
bienestar así material como espiritual, tanto de los catalanes como de los
españoles en general. Cosa que, en principio, es el objetivo confesado de la
política, y el único argumento válido de su utilidad social.