domingo, 20 de mayo de 2018

DE PERDIDOS AL RÍO


El Investido catalán, Quim Torra, se ha dirigido por carta al presidente del gobierno español Mariano Rajoy, en demanda de un diálogo “sin límites ni condiciones”. No se adivina la intención del 131º president de la Generalitat al señalar lo que queda entrecomillado. Podría estar ofreciéndose a no poner por su parte ningún límite ni condición al Estado central, pero ese ofrecimiento resulta contradictorio con el hecho de que ya se ha incumplido por parte catalana un límite o condición previamente impuesto: el de no nombrar consellers presos ni fugitivos. Cuatro ha nombrado Torra.
Entonces el sentido de la frase no parece ser el de una oferta, sino el de una amenaza. A saber: Estamos dispuestos a dialogar, pero no de ningún modo a admitir límites ni condiciones.
Un absurdo. Eso no es negociación, sino una tertulia en la 5. Habría sido más veraz, y seguramente también más sensato, salir de inicio con la proposición: “dialoguemos, pero con los límites y condiciones inexcusable que a continuación se enumeran.” Una vez establecida adecuadamente y conocida por la ciudadanía la doble batería de límites y condiciones establecida desde ambas partes para la negociación, todos tendríamos una idea más clara del recorrido posible de dicha negociación: corto en todo caso, pero tal vez "muy muy" corto, o por ventura no "tan" corto.
En las circunstancias establecidas y corroboradas, la respuesta del gobierno ha sido la previsible: prolongar sine die la vigencia del 155. No se endurecen de momento sus términos (es decir, sus “límites y condiciones” en el lenguaje de Torra), pero tanto Rivera como Sánchez están por la labor de seguir dando leña al mono hasta que hable inglés. Mariano Rajoy disfruta de momento de la prerrogativa de situarse en el centro del tablero político y reclamarse por consiguiente del partido de la moderación. Sin embargo, su propia situación altamente inestable le empujará más temprano que tarde hacia la línea punitiva pura y dura ampliamente mayoritaria en España en este momento. Y nadie podrá objetar la inexistencia de razones de peso para ello.
Ese endurecimiento es lo que desea la CUP, consecuente con su visión antisistema (“cuanto peor, mejor”), y a donde apunta también JxCat, formación en desguace político a la que solo el caos absoluto puede mantener en el candelero (“de perdidos al río”).
Y así estamos, en equilibrio sobre la cuerda floja. El Plan D del independentismo ha entrado en vía muerta nada más arrancar la nueva etapa. Los adivinos y los arúspices van ya de retirada hacia el antro de la Sibila para conjeturar, en base a las entrañas de las bestias sacrificadas y al vuelo de las aves, quién será el/la  president número 132 de la Generalitat.
Tal vez consigan averiguar, de paso, si todos los trabajos llevados a cabo hasta ahora por la independencia, y los que vendrán, van a servir de algo con vistas a un mayor bienestar así material como espiritual, tanto de los catalanes como de los españoles en general. Cosa que, en principio, es el objetivo confesado de la política, y el único argumento válido de su utilidad social.