«El feminismo es,
en la sociedad actual, el único factor de cambio, el único sujeto realmente
emancipador que hay en la escena política y social.» Así empieza una columna de
Josep Ramoneda en elpais de hoy, y con todo respeto digo que en mi opinión el
maestro está marrando el tiro.
No es que yo intente
negar la gran promesa emancipadora que sostiene el movimiento y la lucha
feminista; es que la emancipación de la mujer supone en términos cuantitativos
la solución de la mitad del problema. Y peor aún: si ese feminismo se reduce al
desiderátum de una igualdad con el varón en aquello en lo que unos y otros pueden
ser iguales desde su diversidad somática (en expectativas de ascenso social, en
oportunidades de empleo, en retribución, en influencia), nos estaremos quedando
a muchas millas del objetivo real de la emancipación a secas, a efectos de la
cual el único género que importa es el género humano.
Justamente ayer Joan
Coscubiela reflexionaba delante de Javier Aristu y de mí, metidos en la faena
de entrevistarle y un tanto abrumados por su rapidez mental y su exuberancia de
palabra; reflexionaba, digo, sobre la tendencia recurrente a proponer
soluciones sencillas a problemas complejos que no las admiten.
Es lo que ocurre
con el problema catalán, del que hablábamos justamente ─unos han tirado por la calle
de en medio de la unilateralidad, otros han creído que bastaba con cerrar los ojos
para que el conflicto desapareciera─, y también es lo que ocurre con el viejo
problema ontológico de la emancipación; o de la humanización ─término que no supone
ninguna redundancia, porque se han hecho esfuerzos muy considerables, a lo
largo de la historia, para deshumanizar a los humanos, modificando su estatus
primigenio (es decir, esclavizándolos de una manera u otra)─; o, en la tan
repetida expresión de Carlos Marx, de la ascensión del reino de la necesidad al
reino de la libertad. (En esta última connotación del término “libertad”,
importa subrayar que es algo que debe aún ser conquistado, porque en este mundo
degradado la libertad no se posee de inicio, a pesar de las afirmaciones reiteradas
de la filosofía, ya que la deshumanización en curso de los seres humanos consiste
precisamente en empujarles al reino de la necesidad. Recuerden el eslogan: No Hay Alternativa.)
Un ejemplo reciente
puede aclarar un poco más estas reflexiones abstractas. Se ha alegado desde altos
tribunales la falta de violencia y de intimidación en unas conductas dolosas que
en último término negaban la libertad de otra persona concreta, y se ha refrendado
la necesidad de lo ocurrido a través de la suposición de un consentimiento subyacente
de la agredida a su sumisión forzada. Dicho de otro modo, se ha establecido como premisa de la sentencia la ficción de una libertad de opción que la víctima nunca tuvo. A esta aberración se le ha dado el nombre de justicia.
Pues bien. La lucha
feminista es un ingrediente necesario para la emancipación del género humano,
pero si se afirma que es el “único" sujeto emancipador, se cae en una mera declaración
enfática. En una simplificación. No solo las mujeres, también los varones,
estamos reivindicando, de distintas maneras que ni son intelectualmente despreciables
ni merecen ser ignoradas u omitidas, los derechos inalienables a nuestra
condición de humanos. Entre ellos, muy en particular, el derecho a decidir
sobre todo lo que nos atañe (en primer lugar, sobre nuestro trabajo heterodirigido y la forma de llevarlo a cabo) y expresarnos sobre ello en libertad y en igualdad
de condiciones para todas/todos.