Lo pregunta José
Luis López Bulla en su bitácora de referencia: ¿Cuántas Cataluñas hay? (1)
Suscribo ce por be
toda su reflexión. Primero fue el “Catalunya, un sol poble”, eslogan engañoso
porque asumía que catalán era la persona que vivía y trabajaba en Cataluña y
votaba a Jordi Pujol; condición inexcusable esta última, junto a las otras dos
previas, para aspirar a la plenitud de la herencia feliz que nos habría dejado
el comte Guifré con las cuatro barras de sangre de su escudo.
Ahora predomina la
idea de “dos” Cataluñas confrontadas, seguramente como consecuencia «de
la tradición binaria de Occidente, que perezosamente se encoge de hombros ante
la complejidad de las sociedades», dice el maestro.
Se abre paso sin embargo, trabajosamente, la idea de una
tercera Cataluña no adscrita a ninguna de las dos opciones anteriores: la de
los “equidistantes”, sobre los que ambos bandos arrojan la sospecha de la
traición. Diré al respecto que sobra el “equi”, que nos encontramos simplemente “distantes”
de la tremolina que pretende reducir a un máximo común divisor toda la rosa de
los vientos de una diversidad secular: la Catalunya urbana y la rural, la de la
costa y la del interior, la de regadío y la de secano, la empresarial y la
trabajadora, la autóctona y la de la migración, la institucional y la
movimientista, la del Noi del Sucre y la de los hermanos Badía…
Etcétera, etcétera.
Hay muchas, infinitas Cataluñas, pero muchas de ellas han sido ocultadas a
conveniencia por la propaganda oficial (¿Un sol poble? ¿De qué?). Hay muchas
historias de Cataluña, también, y existe entre las elites una compulsión
precipitada a empujar al rincón de los pasos perdidos la historia de las clases
subalternas, las que proporcionaron toda la energía eléctrica necesaria para
iluminar de forma adecuada el escaparate brillante de una historia oficial
inventada en buena parte, o por mejor decir fabulada.
España, sin
embargo, tiene que ver muy poco en todo esto. La historia de España, vista por
ejemplo desde la pinturilla con la que Albert Rivera disfraza una óptica antañona
y desfasada, apenas presenta puntos de conexión con cualquiera de las Cataluñas
realmente existentes. Es la historia de una unidad desencarnada, de una España ideal
que arrastra como grilletes en los pies múltiples y diferentes Antiespañas
dedicadas a lo largo de los siglos únicamente a joder la marrana: moros,
judíos, masones, comunistas, librepensadores, herejes, heterodoxos, terroristas,…
y también catalanes.
Así estamos hoy en
presencia los separatistas, los separadores y ese tercer gran grupo, el de los
simplemente distantes. Entre los tres no agotamos todas las facetas, todas las
posibilidades de una Cataluña y una España como las querríamos.
Mala suerte.