Todo está decidido
ya en las tablillas de los escribas sentados, salvo quién será el presidente que convoque elecciones anticipadas. Mariano había maniobrado
con astucia y retranca para conseguir la aprobación de los presupuestos y
asegurarse dos años de legislatura tranquila. La operación fue un éxito, pero
el paciente murió de todos modos. De hecho, el paciente estaba muerto de antes.
“Premuerto”, lo llaman en derecho. Había recurrido a la judicialización de la política,
y fueron los jueces los que le dieron el finiquito en diferido, según la
fórmula novedosa acuñada por Cospedal en un raro momento de inspiración.
No da de sí el
percal para dos años tranquilos. Los campanarios tocan hoy a difuntos.
Mañana, por
descontado, volverán los campanarios, todos, a su cantinela habitual: “qué hay
de lo mío”. Una moción de censura no equivale a la regeneración de la política.
Se aparta, simplemente, el obstáculo que, colocado en medio del camino,
estorbaba la circulación.
Mañana, cuando el
trago haya sido apurado de un modo u otro (Rajoy aún puede dimitir, la moción
puede reunir o no los votos necesarios, incluso el espectro del caballo de
Pavía puede irrumpir de pronto en el hemiciclo), será necesario en todos los
cuarteles generales de partidos y coaliciones de todos los colores regresar al
ejercicio olvidado de hacer política, y no meramente propaganda. ¡Qué pereza!
Una recomendación a
todos desde esta bitácora humildísima: empiecen desde cero.
Despejen la mente,
estrenen bloc de notas de riguroso blanco, afilen un lápiz sin usar o descapuchen un
bolígrafo recién comprado. Dialoguen sin preconceptos y sin sacar a relucir viejos resquemores. Piensen de vez en cuando,
mientras dialogan, en la gente que estamos aquí afuera.
Sigue existiendo el
peligro de que todo salga mal. Pero si se aplican ustedes a la tarea, existe también
la posibilidad de que consigan cerrar un ciclo político nefasto y abrir otro,
forzosamente imperfecto, pero nuevo.