Crucemos los dedos.
Comentaba ayer la falta de señales de rectificación de posturas en el interior
de los artefactos políticos punteros, en relación con la inminente moción de
censura; pero de ayer a hoy se han producido tres, nada menos. Dos en el ámbito
catalán, y la tercera en la mismísima llanura manchega por la que hazañeaba
siglos atrás Don Quijote.
Primera señal, el
president Torra sustituye a los cuatro consellers presos o fugados por otros cuatro,
intachables. Seguramente no lo ha hecho de muy buena gana, y la ANC no ha tardado
nada en tirar de manual y llamarle traidor. Los títulos de traidor concedidos
por la ANC tienen aproximadamente el mismo valor que los másters en administración
autonómica de la URJC (Universidad Rey Juan Carlos, para los poco
familiarizados con el lenguaje prolijo de las siglas). La iniciativa de Torra es
sin embargo, sobre todo, una constatación de que los vientos han cambiado de
cuadrante, y de que un piloto avisado debe ajustar el rumbo de la nave para que
el velamen pueda aprovechar al máximo el nuevo impulso.
Segunda señal, Esquerra
Republicana ha anunciado que apoyará la moción de censura. Junqueras lleva
algún tiempo clamando desde la larga prisión preventiva que le aflige que es
necesario dedicarse a la política y dejar de lado consideraciones más etéreas.
Seguramente la marcha a Suiza de Marta Rovira ha facilitado que este punto de
vista, llamémoslo materialista dialéctico, haya adquirido fuerza suficiente
para desplazar al esencialismo anterior.
Tercera (y ruidosa)
señal, la intervención de la ministra Cospedal en el Congreso de los Diputados.
Cospedal ha optado por negar la mayor: no existe corrupción, no hay trama
Gürtel, nunca hubo caja B y todo es un montaje de Bárcenas para perjudicar a un
PP intachable. La justicia no tiene pruebas, por más que las haya descrito pormenorizadamente.
Quien diga lo contrario se verá las caras con ella, en la calle.
El lenguaje, la
bravata, la chulería deliberada, la negación de la evidencia, están en la línea
de un tremendismo de mesa camilla. A mí, siento expresarme así, me recuerda aquella
tan difundida afirmación de doña Belén Esteban: «Yo por mi hija mato.»
No mató doña Belén,
que cuenta con todos mis respetos, pero sí se consiguió mediante aquella maniobra
un acomodo mejor. Tampoco matará doña María Dolores, por más que su mensaje sea
inequívoco: “Nadie se haga ilusiones, moriremos matando.” Ella no está luchando
en realidad, en este momento crítico, por el ministerio de Defensa que ostenta,
sino por conseguir acceder a alguna adecuada puerta giratoria que le permita
seguir medrando en otra situación y por otras vías de hecho. La vida sigue, y en
ocasiones aprieta lo indecible, en particular a quienes creen tener derecho
divino a unos ingresos netos de un volumen extra king size.
La vida, tengo
entendido que fue Strindberg quien lo dijo, es corta pero puede hacerse muy
larga mientras dura.