El compañero Pepe
Álvarez, secretario general de UGT de España, se ha metido en un jardín. Con
ánimo de defender la posición asumida por los sindicatos catalanes en relación
con una cuestión política concreta, ha intentado hacer valer como refrendo la
representatividad de las grandes centrales en la defensa de “todos” los
intereseses de los trabajadores, tanto laborales como sociales, políticos,
culturales y otros. Lean ustedes su artículo “Sabemos cuál es nuestro trabajo”,
en Nueva Tribuna (1).
Voces más ponderadas habían apuntado, antes,
que les parecía un error la inclusión de las centrales sindicales en la
convocatoria de una manifestación por la liberación de los presos catalanes.
Entre ellas, citaré a dos que siento especialmente próximas: la de Quim
González Muntadas, también en NT, y la de José Luis López Bulla, en su blog de
culto. Ninguno de los dos ha visto mal que el sindicato se “active” en torno a
temas que rebasan el ámbito estricto de lo laboral; pero sí ven problemático
poner en juego la representación global del sindicato en cuestiones en las que
existe división interna en el seno de sus propias filas.
La representación es una
cuestión capital para la democracia. Tanto, que puestos a ponerle un
calificativo, se ha elegido como el más adecuado el de “democracia
respresentativa”. Pero en esta cuestión, como en teoría física, la premisa inexcusable
para unos vasos comunicantes es que exista comunicación entre ellos. Si esta existe,
el líquido vertido alcanzará en ambos el mismo nivel; si no existe, por mucho
líquido que pongamos en uno de los vasos, el otro seguirá vacío o demediado.
Esta cuestión marca la diferencia entre
un representante de opinión auténtico, que conoce a la perfección cuáles son
sus poderes, cuáles no lo son, y cómo ha de utilizar los que posee, y un “influencer”,
que esparce su semilla por las redes a la espera de una cosecha abundante de “likes”
anónimos. Javier Aristu lo ha expresado a la perfección en un artículo en el que
habla además de otras cuestiones altamente noticiables (“Viendo la realidad”,
en https://encampoabierto.com/2018/05/12/6520/)
El compañero Pepe ha incurrido,
por otra parte, en su alegato, en un lapsus explicable, que me niego a
considerar significativo, pero que quiero señalar “en contrapunto” porque esa
es la consigna aguerrida de este blog. Dice así Álvarez, en un momento alto de
su argumentación: «Y obviamente
seguiremos luchando fuertemente en el plano laboral, porque hay que recordar
que tenemos casi 1 millón de afiliados, y que 1,5 millones de votos han elegido
a 90.000 delegados y delegadas que nos representan en miles de empresas.»
El subrayado es mío.
Resulta obvio que los delegados y delegadas no “representan” a UGT en sus
empresas; representan a sus compañeras/os ante la propia empresa, ante el
sindicato, ante la administración y lo que encarte. La representatividad no es
una lanzadera, un artefacto de ida y vuelta.
Habría sido adecuado
escribir “respaldan”, en lugar de “representan”, en la frase anterior. Es
entonces, precisamente, cuando aparece la incógnita que todos los dirigentes
sindicales, y en particular quienes ocupan una posición destacada en los
organigramas, han de saber responderse a sí mismos: ¿hasta qué punto, y en qué
ámbitos, están realmente respaldados por sus bases los representantes “establecidos” en el
ejercicio de su representación?