lunes, 14 de mayo de 2018

CUL DE SAC


En una situación de empantanamiento político en Cataluña para la que no se avizora ninguna solución viable a corto plazo, Joan Coscubiela ha propuesto el recurso a métodos minimalistas de praxis política. “Microsoluciones”, las llama él. Las microsoluciones no son accesibles de inmediato, sin embargo, porque están condicionadas a la concreción de algunas premisas. A saber: a) la constitución de un gobierno para la autonomía, el que sea, porque sin gobierno no es posible gobernar; b) la retirada de la intervención directa del Estado mediante aplicación del artículo 155 de la Constitución, porque no es posible tomar decisiones si las decisiones las toman otros por nosotros; y c) la puesta en libertad preventiva de los políticos actualmente en prisión preventiva, porque no es posible entablar diálogo si no se tiene con quién.
Al parecer, hoy habrá investidura, de manera que la primera de las premisas requeridas por Coscubiela entrará en funcionamiento. Es un paso adelante; si se quiere, y visto que el perfil del candidato “plan D” no da para mucho más, un “micropaso”. Está por ver, sin embargo, si la medida contribuirá a serenar los ánimos de todas las partes contratantes, o por el contrario alimentará la exasperación de las posturas.
No lo digo a humo de pajas. Una de las características singulares del conflicto actual en Cataluña, precisamente la que lo configura como paradigmáticamente “moderno”, es el dislocamiento del orden político esperable a partir de la estratificación social existente, en favor de una transversalidad enloquecida y profundamente anormal (o subnormal, cuestión no excluible en principio).
Me explico mejor. En el último de los sustanciosos artículos sobre el “procés” que el periodista Guillem Martínez viene publicando en CTXT, señala que, en buena parte, ese 48% invariable de voto independentista catalán corresponde a personas que no desean en realidad la independencia, sino hacer constar del modo más ruidoso posible su malestar con la forma en que están siendo gobernadas, así por tirios como por troyanos. En el otro lado del espectro, los votos de Ciudadanos se nutren de gentes que, en contra lo que predica la dirección del partido, están a favor de una profundización de la autonomía y, al menos en un sector de opinión significativo, a favor de la puesta en práctica de fórmulas federales dentro del Estado español.
Ignoro cuáles son los datos de Martínez para señalar estas líneas de tendencia, pero me consta que suele manejar fuentes fiables. Su conclusión se resume en esta reflexión: «Esta sociedad  [se refiere a la catalana]  podría llegar a algún acuerdo, al menos consigo misma, si la existencia del grueso de partidos, en esta crisis democrática, social y económica, no dependiera de que no lo haya.»
Subrayo la conclusión ofrecida: el obstáculo principal para un gran acuerdo de pacificación en Cataluña es que el grueso de los partidos en presencia no lo desea, por razones de propia supervivencia. Lo que se aplica sin duda tanto al vicario en la tierra de Grouchemont como a la intrépida Arrimadas. Átenme esa mosca por el rabo.
Llegar a un acuerdo siquiera sea sobre los desacuerdos, era precisamente una de las microsoluciones avanzadas por Coscubiela en su libro sobre la Cataluña de hoy. Podría ser una forma de empezar a desenredar pacientemente la madeja, de asentar pacíficamente las expectativas del electorado en un cuadro institucional más racional, de buscar alguna salida viable en el impás ─ el cul de sac, lo llamaría Polanski ─ en el que estamos metidos.