El papa Francisco
es una persona cercana y sencilla. Todos reconocemos su humanidad y le
queremos, salvo por una característica no intrascendente que lo adorna: o sea,
es papa.
En su última
aparición ante los medios, de vuelta de una visita a los países bálticos, se ha
pronunciado sobre la depredación sexual extendida contra los/las menores, que
la jerarquía ha ocultado celosamente durante decenios (por lo menos). Francisco encuentra
terrible el hecho en sí, pero añade, literalmente: «Los hechos históricos deben
ser interpretados con la hermenéutica de la época en la que sucedieron.» La
corrupción, sostiene, ha disminuido porque la Iglesia se ha dado cuenta de que
tenía que luchar contra ella de otra manera; es decir, no ocultándola.
Y añade el
pontífice que el porcentaje de casos de abuso achacables a sacerdotes es el
mismo que el que afecta a la sociedad laica en su conjunto; por más que resulta
particularmente monstruoso en personas «que han sido elegidas por Dios para
llevar a los niños al cielo.» ¿Elegidas por Dios? ¿Llevar a los niños al cielo? Paso sin comentario la frase, por no alargarme.
Pero es rigurosamente falso que los
hechos históricos deban ser interpretados desde los criterios dominantes en la
época en la que sucedieron. La Historia en tanto que ciencia nunca ha hecho tal
cosa. La forma correcta de evaluar barbaridades que en su momento parecieron a
los gobernantes una buena idea, es examinar sus consecuencias a largo plazo y
sus repercusiones sobre las generaciones que han venido detrás. Es la forma de
que la historia sirva para algo, y de consolidar los progresos éticos que se
esperan de la experiencia del comportamiento de las sociedades humanas. ¿A
alguien se le ocurre juzgar la Inquisición o las matanzas indiscriminadas de
poblaciones en la cruzada contra los cátaros al grito de “Dios reconocerá a los
suyos”, utilizando como hermenéutica la forma de pensar de unos tiempos
marcados por la barbarie y el fanatismo? ¿No se esquivaría de esa forma el
problema moral de fondo?
Pero es que la
Iglesia católica, que impone la firmeza del Dogma frente a las veleidades de
una moral laica acomodada al paso de los tiempos, es la última institución que
puede acogerse al relativismo moral contra el que ha disparado su artillería
pesada en tantas ocasiones. Porque si ese es su punto de vista en relación con
la pederastia de los curas (y únicamente de los curas), ¿cuál habría de ser su
posición en relación con el aborto o con el matrimonio homosexual, por citar
solo dos viejos caballos de batalla del clero pastoreado por Francisco?
Y en último
término, si la Iglesia es en efecto una institución de origen divino y que
recibe de forma ininterrumpida inspiración y auxilio espiritual de aquella
entidad incognoscible que está radicada en los cielos, lo lógico sería que la
tasa de la pederastia fuera, en el ámbito reducido de sus ministros del culto,
muy inferior, si no inexistente, a la de la grey confusa y atribulada a la que
es necesario guiar y sostener con oraciones y sabios consejos para que no se
desmande, como es su inclinación natural atizada constantemente por el Maligno.
En cuanto a las
causas reales de la depredación sexual de los eclesiásticos, que Francisco
ignora u omite por completo, escribí hace poco un post (1) de tono bastante iracundo. Me
remito a lo que dije allí.