(Viaje a Eslovenia)
Carmen y yo hemos
pasado ocho días de viaje colectivo por Eslovenia y, un poco, también por Croacia. He
sido amablemente emplazado a contar ese viaje por personas muy estimadas de la
Federación de Pensionistas de CCOO de Catalunya. Es un honor para mí. No voy a
tener la pretensión de componer una crónica de las cosas que sucedieron; eso
sería picar demasiado alto por una parte, y por otra quedarme más o menos en la
mitad de la historia, si hago caso de esa observación tan interesante de Carlos
Marx, cuando dice que lo importante no son las cosas en sí, sino las relaciones
entre las cosas.
En fin, lo que me
propongo hacer (y si sale con barba será un sanantón, y si sin ella una purísima),
es tomar el camino de en medio y dejar escritas una serie de notas, o apuntes,
o impresiones, de viaje, muy subjetivas. Cada cual verá si le traen el recuerdo
remoto de lo vivido, y si le sirven de algo, o no.
Empiezo por la
teoría. Un viaje circular se define como aquel que empieza y acaba en el mismo
punto. El modelo que ha quedado para siempre de viaje circular ─ en realidad,
de todos los viajes posibles ─ es la Odisea. Ulises salió de Ítaca y volvió a
Ítaca. Dicho así, no parece cosa de mucha sustancia.
El intríngulis fue
que el viaje duró mucho, y ocurrieron muchas cosas ─ antes, la guerra, el truco
del caballo de madera, la matanza impía de los troyanos; luego, a lo largo del
viaje, mil contratiempos tales como laberintos con sirenas, cuevas con cíclopes,
hechiceras, naufragios, descensos a los infiernos para un rato de cháchara con
los colegas muertos ─, de modo que el punto de llegada solo fue geométrica y geográficamente
igual al de partida. Sentimentalmente, no. Por en medio se había producido una
mutación, y ni el mundo era el mismo que había sido antes, ni Ítaca estaba
igual (recuerden, solo el perro reconoció a su amo bajo los andrajos del
disfraz), ni Ulises, finalmente y esto es de la mayor importancia, era el mismo
que había partido de la isla diez años antes.
Tres notas significativas
complementan esta descripción general. Recurro para explicarlas a tres
autoridades consagradas. Tres poetas, nada menos.
Primera nota: lo
importante en un viaje no es el destino final, sino el viaje mismo, según el
griego radicado en Alejandría Costas Cavafis. Conclusión: es un error fatal viajar
distraído. Dijo John Lennon que todas las cosas importantes suceden mientras
estamos absortos en otras ocupaciones. Cuidado, pues; durante un viaje lo
importante es el viaje, no lo que teníamos entre manos antes, no las cosas que
nos esperan a nuestro regreso. El viaje no es un entreacto ocioso, sino un
pedazo significativo de nuestra vida íntima y de nuestra vida social.
Segunda nota: en
frase del latino Horacio, no es suficiente cambiar de cielo si no se cambia
además de alma. Si uno/una sigue siendo antes, durante y después del viaje, exactamente
igual a como era, el viaje es inútil. Hay almas de consistencia rocosa,
impermeables a las influencias y a las inclemencias, firmes como el escollo que
golpea inútilmente la ola. No tienen por qué molestarse en viajar. Los viajes representan
un provecho solo para almas de características distintas: almas porosas,
flexibles, ingenuas (volveré sobre este adjetivo en otro momento) como los
suelos kársticos que hemos visitado, por cuyas profundidades corren ocultos a
la vista ríos subterráneos que generan paisajes paralelos poblados de formas
fantásticas.
Tercera nota, dicha
con un alejandrino del renacentista francés Joachim Du Bellay: “Heureux qui comme Ulysse a fait un beau
voyage”. Feliz quien como Ulises ha hecho un largo viaje y ha vuelto junto
a los suyos rico con la experiencia de lo aprendido (plein
d’usage et raison). El galardón final de un viaje perfecto es la felicidad,
por lo menos temporal y condicionada. La felicidad no es poca cosa: es un
artículo raro, no se encuentra en las tiendas de souvenirs ni lleva prendida la etiqueta del precio. Quien va a su
encuentro lo hace siempre por cuenta propia, y no pocas veces también a propia costa.
Porque la libertad y la felicidad tienen la característica contradictoria de
que únicamente se dejan atrapar por quienes están dispuestos/as a
sacrificarlas por el ideal de una vida mejor para todos.
Fin de la teoría.
Un último añadido
en este “pórtico” a Eslovenia. El éxito de un viaje colectivo depende del buen
trabajo de los organizadores, por supuesto, pero también de la buena actitud de
los organizados. En el caso concreto, las dos partes hemos rayado ─ lo digo con
inmodestia ─ a una altura considerable. Expreso aquí mi gratitud a quienes se
ocuparon de los detalles fastidiosos de la organización para que todo transcurriera
sin sobresaltos ni incomodidades, y también a todos/as los/las compañeros/as de
viaje. A unos/unas les conocía de experiencias buenas y malas compartidas bastantes
años antes, y ha sido un placer volverles a encontrar. Otras caras eran nuevas
para mí, pero venían de una misma cultura de fondo, de una sensibilidad común y
de un punto de vista compartido sobre las cosas que ocurren a nuestro alrededor
y sobre cómo afrontarlas.
De modo que todo ha
ido sobre ruedas y por sus pasos contados. Ruedas de dos autocares, pasos dados
con osadía y determinación por los recovecos más extraños.
Lo iré contando.