La pérdida de los
contratos militares con Arabia Saudí era desequilibrante para nuestra economía;
las posibles represalias saudíes, desestabilizadoras para nuestra diplomacia.
La situación, informan fuentes del gobierno, ha podido “reconducirse”, y
finalmente se fabricarán en San Fernando las cinco corbetas que nos reportarán
1.800 millones en petrodólares. En cuanto a la anunciada cancelación de la venta
de 400 misiles con guiado láser susceptibles de ser utilizados contra los
rebeldes de Yemen, la portavoz gubernamental, Isabel Celáa, ha aclarado que solo
se trataba de una “mera declaración de intenciones, no consumada”. Quiere
decirse que sí se venderán los misiles. Algunas fuentes, no identificadas en
las crónicas periodísticas, expresan el temor de que, a pesar de todo, el “resbalón”
declarativo del gobierno “pase factura”.
Todo ello se
inscribe en la vigencia de facto de una serie de ecuaciones encadenadas: lo
primero de todo son los puestos de trabajo, los cuales dependen de la prosperidad
de las empresas, las cuales, para mantener la carga de demanda suficiente para optimizar
los resultados, aceptan cualquier contrato que restaure los equilibrios puestos
en riesgo; y en el espacio público el gobierno, la diplomacia, el CNI y tutti quanti, están moralmente obligados
a facilitar al sector privado el camino por esta senda de los negocios, en
contra y a pesar de todas las ideologías subsumidas en la operación.
La síntesis apretada de un
proceso tan complejo nos la da hoy El Roto con el eslogan que surge del hongo
de una explosión nuclear: «¡Las bombas dan trabajo!»
Estamos todos
perdidos si no reformulamos toda la serie de ecuaciones desde el principio
mismo.
1) Lo fundamental
no son los puestos de trabajo, sino el sentido mismo del trabajo: el qué, el
cómo, el para qué y el para quién. Cuando los equilibrios de la contabilidad de
la empresa son contradictorios con equilibrios de un radio mucho más amplio (la
paz y la guerra, el aplastamiento de débiles e inocentes, el cambio climático
con sus secuelas de catástrofes “naturales”), estas variables deben ser
incluidas en la ecuación y condicionar la conducta de los agentes sociales.
2) Los trabajadores
no son unos meros “mandaos” en este pleito. Tienen, o se les supone como el
valor a los quintos, libertad para dar a su actividad productiva un enfoque
general en un sentido u otro; o por lo menos, para fijar algunas líneas rojas
que no deberían ser rebasadas. Es decir, son seres inteligentes, y responsables,
siquiera en parte, de lo que producen y de la utilización concreta que va a
tener eso que han producido en un mundo complejo y conflictivo. La suposición
de que “eso no va con ellos” mientras reciban la paga correspondiente, es una
de las falacias mayores de un mundo global mal organizado desde sus mismas
raíces. Los trabajadores tienen su cuota directa de responsabilidad en el
producto acabado que sale de sus manos. Sostener lo contrario es viciar el sentido del trabajo como "producción por la producción", y retroceder a
los presupuestos técnicos del ingeniero Taylor, que consideraba la fuerza de
trabajo como una cantidad abstracta y fungible, y pensaba que un gorila
amaestrado, por su incapacidad para pensar, era el operario ideal. La contrarréplica
la dio Bertolt Brecht en un poema en el que señalaba el eslabón más débil del
tanque como arma bélica: necesita un conductor, y el conductor es capaz de
pensar.
3) El Estado no es
un mero gestor de los intereses de las empresas que tienen un peso determinante
en los resultados económicos del país. Hemos pasado en ese sentido en muy pocos
años del Estado providencia, que se ocupaba de todo lo divino y humano e
incluso “creaba”, en un movimiento voluntarista de arriba abajo, la sociedad civil
que debía darle soporte, al Estado atado de pies y manos delante de las
finanzas globales, agobiado por la deuda pública, sometido a recortes profundos
y sangrantes de prerrogativas propias que proporcionaban a la ciudadanía cierta
cantidad de bienestar social, pero que sobre todo constituían la mismísima razón
de ser “en el mundo” del Estado. La dejación de su propia esfera de responsabilidad
sobre lo que se produce bajo su gobierno y para quién se produce, cuando se
trata de producciones de un valor o desvalor estratégico, contribuye al
resultado final desastroso de la serie de ecuaciones antes mencionada.
Vivimos en un mundo
íntimamente interdependiente. Subrayo: interdependiente. Lo esencial no son entonces
ni los puestos de trabajo, ni los resultados positivos de las empresas, ni
los equilibrios presupuestarios de los Estados, ni el placet otorgado por las
grandes organizaciones piráticas que gestionan la estructura torcida de las
relaciones económicas globales.
Lo esencial es la
sostenibilidad del conjunto, el horizonte de futuro del mundo maltratado e
injusto en el que estamos viviendo.
Es necesario, es deber de todos pero en primer lugar de las izquierdas, hacer
borrón y cuenta nueva, y empezar a trazar nuevas ecuaciones, con más incógnitas
y más variables dependientes.
Cada cual debe
hacerlo desde su propia responsabilidad y desde el escalón que ocupa en la
estructura social. Esto nos afecta a todos. Los trabajadores ─ y los sindicatos
─ que sigan comportándose como “mandaos” y renuncien a la posibilidad de forzar
los cambios necesarios y urgentes en las líneas de producción, irán al
suicidio. Lo mismo cabe decir de los Estados que renuncien por exceso de cautela
presupuestaria a generar alternativas viables a una infraestructura productiva desfasada,
insostenible e injusta, heredada de generaciones anteriores.