Paco Rodríguez de Lecea y Javier Aristu
Se presenta en las
librerías, bajo el título La utopía
cotidiana. Diarios 1988-1994, una amplia selección de las entradas
realizadas por Bruno Trentin en sus diarios a lo largo de los años en que ejerció
la secretaría general de la CGIL. Quienes hemos tenido la idea de espigar estas
notas que combinan crónica, reflexión y anticipación, de traducirlas y de
anotarlas, hemos sido los arriba firmantes, Paco Rodríguez de Lecea y Javier
Aristu. Otros amigos nos han ayudado con aportes de naturaleza varia y con sus ánimos
consistentes. Destaca en ese sentido la importante introducción escrita por
Antonio Baylos. La Fundación Primero de Mayo ha acogido el proyecto bajo su
prestigioso marchamo, y El Viejo Topo se ha hecho cargo de la edición.
Hace pocos días publicamos
un texto corto sobre Trentin, y también sobre Vittorio Foa, inscribiendo a ambos
en un mismo paisaje moral (1). Creemos que en el tema allí esbozado, la
contradicción existente entre trabajo y libertad, y en la necesidad de
superarla en una nueva síntesis que avance hacia la emancipación de las
personas concretas, de carne y hueso, se encuentra la clave principal de la lectura,
no solo de estos Diarios, sino de toda la obra de Bruno Trentin.
Escribe en el
momento del desplome final de la organización fordista-taylorista, y en el
albor de la invasión de las nuevas tecnologías informáticas. Constata lo que fue
una “revolución pasiva” en el sentido gramsciano para el movimiento obrero
organizado: el acomodo a una organización “científica” de la producción que no
surgía del pensamiento y la práctica de sus propias filas, sino de las del
capital. Dirigentes tan relevantes como Lenin y el propio Gramsci acogieron
favorablemente la novedad del “americanismo” con la esperanza de que la
“objetivación” de las relaciones laborales y el desarrollo de las fuerzas
productivas condujeran derechamente al socialismo.
No fue así, y el
fordismo recorrió todo el arco de sus potencialidades sin traer consigo la
esperada liberación. En los años noventa del siglo pasado apareció, sin
embargo, una nueva oportunidad para las fuerzas del trabajo. El sentido y el
método de la organización productiva habían cambiado radicalmente con la
incorporación de los nuevos instrumentos informáticos; ya no era la “cantidad”
el objetivo principal de la estructura productiva, sino la “calidad”, la
sofisticación y la personalización de la oferta, más allá de una abundancia de
producto que parecía asegurada. Trentin soñó ─ podemos constatarlo día a día en
sus apuntes ─ con una fuerza de trabajo más consciente, más preparada; con una
organización horizontal y democrática de la producción, en la que los
trabajadores “heterodirigidos” participaran en las decisiones fundamentales
acerca del qué, el cómo, el cuánto, el para qué y el para quién de las
mercancías puestas a punto con unos métodos nuevos que arrumbaban los viejos
logros de la automatización y el trabajo en cadena.
Un trabajo libre,
voluntario, bien retribuido, emancipador, pondría fin de una vez a la antigua
aporía que asimilaba el ocio a la libertad, y el trabajo a la esclavitud. Tal
fue la utopía cotidiana de Trentin; esa es la clave de lectura de su obra.
Por desgracia, en
la realidad las cosas están yendo en otra dirección. La precariedad se ha
instalado en el corazón del “nuevo” trabajo. Ya no se trata del crecimiento
cuantitativo de la producción material, sino del crecimiento cualitativo de la
“disponibilidad” del trabajador, para acudir en el momento justo (just in time) en que se le requiere, a
demanda, y por una retribución (cada vez menos se habla de salario) que abarca
únicamente el tiempo de la prestación efectiva, como “colaborador” autónomo,
sin contar los largos períodos de espera “a disposición”. De este modo la clásica
jornada de trabajo se vacía de contenido y se extiende hasta abarcar el 7 x 24
formulado por Luciano Gallino: la esclavitud de la persona respecto de su
empleador durante las 24 horas de los 7 días de la semana. Con la rechifla
añadida de un descenso de los salarios incluso por debajo de la “ley de bronce”
enunciada por Ricardo, Marx y Lassalle, entre otros clásicos.
Leer a Trentin es
un ejercicio necesario en los tiempos que corren, por su propuesta novedosa de
una estrategia que hace hincapié, no en la igualdad sino en la libertad “de”
trabajo y “en el” trabajo; en el control obrero, más allá de las retribuciones
y las condiciones de la prestación, sobre la misma producción; en la defensa
sindical, no solo de las categorías, sino de los derechos individuales,
sociales, laborales y políticos de las personas que concurren al mercado de
trabajo aportando sus manos y su esfuerzo físico, pero también su inteligencia,
su experiencia y su formación, aspecto este último que debe ser objeto de una
atención especial para no generar bolsas de marginación social cada vez
mayores.
Por lo demás, los
Diarios recorren unos años en los que tiene lugar un proceso de cambio profundo
y extenso: la caída de la URSS, el final del PCI, el derrumbe de tantas viejas
certezas asociadas a las luchas de las izquierdas. Trentin es un testigo lúcido
de todos aquellos acontecimientos sensacionales, y un visionario de los nuevos
tiempos y los nuevos puntos cardinales de la lucha social. Son razones que
bastarían, aun sin las antes expuestas, para convertir esta “Utopía cotidiana”
en libro de cabecera de sindicalistas, analistas, sociólogos y políticos.