sábado, 8 de septiembre de 2018

CLAVE DE LECTURA


Paco Rodríguez de Lecea y Javier Aristu

 

Se presenta en las librerías, bajo el título La utopía cotidiana. Diarios 1988-1994, una amplia selección de las entradas realizadas por Bruno Trentin en sus diarios a lo largo de los años en que ejerció la secretaría general de la CGIL. Quienes hemos tenido la idea de espigar estas notas que combinan crónica, reflexión y anticipación, de traducirlas y de anotarlas, hemos sido los arriba firmantes, Paco Rodríguez de Lecea y Javier Aristu. Otros amigos nos han ayudado con aportes de naturaleza varia y con sus ánimos consistentes. Destaca en ese sentido la importante introducción escrita por Antonio Baylos. La Fundación Primero de Mayo ha acogido el proyecto bajo su prestigioso marchamo, y El Viejo Topo se ha hecho cargo de la edición.
Hace pocos días publicamos un texto corto sobre Trentin, y también sobre Vittorio Foa, inscribiendo a ambos en un mismo paisaje moral (1). Creemos que en el tema allí esbozado, la contradicción existente entre trabajo y libertad, y en la necesidad de superarla en una nueva síntesis que avance hacia la emancipación de las personas concretas, de carne y hueso, se encuentra la clave principal de la lectura, no solo de estos Diarios, sino de toda la obra de Bruno Trentin.
Escribe en el momento del desplome final de la organización fordista-taylorista, y en el albor de la invasión de las nuevas tecnologías informáticas. Constata lo que fue una “revolución pasiva” en el sentido gramsciano para el movimiento obrero organizado: el acomodo a una organización “científica” de la producción que no surgía del pensamiento y la práctica de sus propias filas, sino de las del capital. Dirigentes tan relevantes como Lenin y el propio Gramsci acogieron favorablemente la novedad del “americanismo” con la esperanza de que la “objetivación” de las relaciones laborales y el desarrollo de las fuerzas productivas condujeran derechamente al socialismo.
No fue así, y el fordismo recorrió todo el arco de sus potencialidades sin traer consigo la esperada liberación. En los años noventa del siglo pasado apareció, sin embargo, una nueva oportunidad para las fuerzas del trabajo. El sentido y el método de la organización productiva habían cambiado radicalmente con la incorporación de los nuevos instrumentos informáticos; ya no era la “cantidad” el objetivo principal de la estructura productiva, sino la “calidad”, la sofisticación y la personalización de la oferta, más allá de una abundancia de producto que parecía asegurada. Trentin soñó ─ podemos constatarlo día a día en sus apuntes ─ con una fuerza de trabajo más consciente, más preparada; con una organización horizontal y democrática de la producción, en la que los trabajadores “heterodirigidos” participaran en las decisiones fundamentales acerca del qué, el cómo, el cuánto, el para qué y el para quién de las mercancías puestas a punto con unos métodos nuevos que arrumbaban los viejos logros de la automatización y el trabajo en cadena.
Un trabajo libre, voluntario, bien retribuido, emancipador, pondría fin de una vez a la antigua aporía que asimilaba el ocio a la libertad, y el trabajo a la esclavitud. Tal fue la utopía cotidiana de Trentin; esa es la clave de lectura de su obra.
Por desgracia, en la realidad las cosas están yendo en otra dirección. La precariedad se ha instalado en el corazón del “nuevo” trabajo. Ya no se trata del crecimiento cuantitativo de la producción material, sino del crecimiento cualitativo de la “disponibilidad” del trabajador, para acudir en el momento justo (just in time) en que se le requiere, a demanda, y por una retribución (cada vez menos se habla de salario) que abarca únicamente el tiempo de la prestación efectiva, como “colaborador” autónomo, sin contar los largos períodos de espera “a disposición”. De este modo la clásica jornada de trabajo se vacía de contenido y se extiende hasta abarcar el 7 x 24 formulado por Luciano Gallino: la esclavitud de la persona respecto de su empleador durante las 24 horas de los 7 días de la semana. Con la rechifla añadida de un descenso de los salarios incluso por debajo de la “ley de bronce” enunciada por Ricardo, Marx y Lassalle, entre otros clásicos.
Leer a Trentin es un ejercicio necesario en los tiempos que corren, por su propuesta novedosa de una estrategia que hace hincapié, no en la igualdad sino en la libertad “de” trabajo y “en el” trabajo; en el control obrero, más allá de las retribuciones y las condiciones de la prestación, sobre la misma producción; en la defensa sindical, no solo de las categorías, sino de los derechos individuales, sociales, laborales y políticos de las personas que concurren al mercado de trabajo aportando sus manos y su esfuerzo físico, pero también su inteligencia, su experiencia y su formación, aspecto este último que debe ser objeto de una atención especial para no generar bolsas de marginación social cada vez mayores.
Por lo demás, los Diarios recorren unos años en los que tiene lugar un proceso de cambio profundo y extenso: la caída de la URSS, el final del PCI, el derrumbe de tantas viejas certezas asociadas a las luchas de las izquierdas. Trentin es un testigo lúcido de todos aquellos acontecimientos sensacionales, y un visionario de los nuevos tiempos y los nuevos puntos cardinales de la lucha social. Son razones que bastarían, aun sin las antes expuestas, para convertir esta “Utopía cotidiana” en libro de cabecera de sindicalistas, analistas, sociólogos y políticos.