Panorámica de la plaza Presenkov, en Liubliana. El edificio del centro presenta un ejemplo perfecto de lo que llamo "tribuna esquinera". No hace falta ir tan lejos para admirar ese tipo de estructura, sin embargo; en el "quadrat d'or" del Eixample de Barcelona hay cosas muy similares. Si no resultan exactamente igual, es porque aquí todas las esquinas son achaflanadas. (Foto: Carmen Martorell)
Desde la base
estratégica del hotel Radisson Blu de Liubliana hicimos en los días siguientes tres
excursiones a los ases de triunfo con los que cuenta Eslovenia para atraer a
una clientela turística selecta: las cumbres de los Alpes Julianos, los abismos
cársicos, y la sucinta orilla mediterránea. Esta última excursión la contaré en
próximos capítulos.
La “segunda
Suiza”
En el momento del referéndum
para la independencia de Eslovenia, en diciembre de 1990, pesó mucho la ambición
popular de convertir el país en una “segunda Suiza”: un país pequeño, céntrico,
rico y bien relacionado.
Suiza, sin embargo,
es como la madre: no hay más que una. Quizá por suerte en este caso, dado que
su situación privilegiada en el mundo se basa en la eficacia y la discreción de
su banca, que atrae capitales de todos los lugares y de todos los colores, en
particular el negro.
Eslovenia se ha
quedado más o menos a la mitad del recorrido que ambicionaba, pero eso no
quiere decir que su performance como Estado independiente sea despreciable. Consideremos
dos indicadores estadísticos aceptados universalmente para evaluar la riqueza y
el bienestar (no son enteramente objetivos, sin embargo, ni enteramente fiables;
pero esa es una discusión que no corresponde a estas notas de viaje).
En renta por
habitante, estimación de 2018, fuente FMI, Eslovenia figura con 36.566 dólares en el
lugar 39 del ranking de las naciones del mundo. Su renta representa poco más de
la mitad de la de Suiza (9ª, con 63.379 $). Como orientación complementaria,
España (29ª) cuenta con 40.289 $, y Croacia (56ª) con 25.806 $.
En la escala del
índice de desarrollo humano, estimación oficial de 2017, Eslovenia ocupa el
lugar 25 con un 0,896, justo por delante de España, 26ª con 0,891. Croacia
queda bastante más atrás (46ª, 0,831), y Suiza muy por delante (2ª con 0,944).
La inversión de
posiciones entre España y Eslovenia en los dos indicadores viene a mostrar,
dicho sea de pasada, que la renta eslovena está mejor repartida entre la
población que la española, y el bienestar alcanza a un estrato más amplio de
habitantes.
Bled, el
escenario romántico
La visión del lago
glaciar de Bled, con el castillo colgado del acantilado y abajo, en la isla, el
campanario de la iglesia de la Asunción reflejado en las aguas de color
turquesa, resulta irresistible. Demasiado bella para ser real, y sin embargo “es”
real. Las parejas acuden a casarse a la iglesia del lago y, siguiendo una
tradición arraigada, el novio sube en brazos a la novia por los 99 escalones de
piedra que llevan del embarcadero a la puerta del templo. A la novia se le
impone una obligación paralela: la de no decir palabra mientras dura el
ascenso. Después de la ceremonia ambos pueden dar tres toques de campana, que
se supone que atraen la buena suerte.
Una clientela
internacional selecta y fiel acude a Bled todos los años debido a lo idílico
del marco y al reclamo de sus aguas termales El pueblo y las numerosas instalaciones
hoteleras y balnearias quedan disimuladas detrás del promontorio del castillo, en
un segundo plano discreto. No visitamos, porque el recorrido solo puede hacerse
a pie por senderos de montaña, los parajes naturales situados al oeste de Bled:
el lago de Bohinj y el parque nacional del macizo de Triglav, en el que se
sitúa el punto más alto del país. Toda la zona está poblada de bosques espesos de
coníferas. El trayecto de ida y vuelta desde la orilla hasta la isla del lago, lo
hicimos en barcas ligeras de dos remos verticales, manejados por un solo remero.
Comimos en
Radovljica, un pueblo al sudeste de Bled preservado milagrosamente de las
maldiciones del progreso porque la estación de ferrocarril prevista
inicialmente acabó por construirse unos kilómetros más allá, en Lesce. Entramos
en el restaurante por el taller de pastelería anexo. Apenas cabíamos los
noventa en aquel semisótano, pero apreciamos el ritual de bienvenida que nos
fue dedicado con buen humor y cierta solemnidad. Luego el almuerzo fue abundante
y sabroso, amenizado por valses y polkas cantadas con acompañamiento de
armónica, acordeón y violón.
El paseo por el
pueblo, después del café, nos dejó una impresión de serenidad. La iglesia, de
una fachada original y armoniosa, estaba cerrada. Muchos templos en todo el
territorio han sido desafectados del culto, y no hay tal cosa como una
confesión religiosa de carácter nacional en el país. Este espíritu cívico laico
es otro rasgo diferencial con Croacia, y una de las razones por las que
prefiero con mucho la calidad de vida eslovena a la de sus vecinos.
En el subsuelo
Como aperitivo a la
inmersión en las cuevas de Postojna visitamos el castillo-cueva de Predjama,
donde un bandolero de nombre Erasmus tuvo en jaque durante años a las mesnadas
de los gobernantes locales. Escuchamos varias versiones de la leyenda, ninguna
de ellas demasiado creíble. Después, al llegar a Postojna nos vimos abducidos sin
remedio por el tiovivo estridente de los circuitos de turismo masivo.
Es duro, pero no
hay otra forma de visitar las cuevas. Dentro la temperatura es fría y la humedad
prácticamente del cien por cien; hay que abrigarse. Montamos en un trenecito que
recorrió como una exhalación espacios y más espacios subterráneos de todas las
formas y tamaños, adornados con estalactitas de una variedad admirable de diseños
y de colores. El tren paró después de adentrarse cinco kilómetros en la roca
horadada, y nos dejó delante de una oquedad de dimensiones inmensas. Caminamos
en largas filas, primero por un caminillo en cuesta hasta el punto más alto del
recorrido señalado, y desde allí en un descenso sinuoso que nos descubría en
cada recodo perspectivas nuevas; cruzamos pasarelas, recorrimos túneles
estrechos, nos asomamos a abismos, y cruzamos salas tan amplias, y decoradas
con tal derroche de recursos ornamentales basados solo en la acción del agua sobre
la piedra caliza, que se dirían dignas de un Versalles hundido por algún
conjuro bajo tierra. Los móviles echaban humo de tanto fotografiar. Los flashes
estaban prohibidos, y dejo constancia de que ninguna de las fotos tiradas por
Carmen ha merecido la pena de conservarla.
De vuelta en Liubliana,
recuperamos el tempo lento de los
paseos y las terrazas junto al río, hasta que los autocares nos recogieron para
llevarnos al hotel.