jueves, 27 de septiembre de 2018

CUMBRES Y SIMAS

(Viaje a Eslovenia)


Panorámica de la plaza Presenkov, en Liubliana. El edificio del centro presenta un ejemplo perfecto de lo que llamo "tribuna esquinera". No hace falta ir tan lejos para admirar ese tipo de estructura, sin embargo; en el "quadrat d'or" del Eixample de Barcelona hay cosas muy similares. Si no resultan exactamente igual, es porque aquí todas las esquinas son achaflanadas. (Foto: Carmen Martorell)
Desde la base estratégica del hotel Radisson Blu de Liubliana hicimos en los días siguientes tres excursiones a los ases de triunfo con los que cuenta Eslovenia para atraer a una clientela turística selecta: las cumbres de los Alpes Julianos, los abismos cársicos, y la sucinta orilla mediterránea. Esta última excursión la contaré en próximos capítulos.
La “segunda Suiza”
En el momento del referéndum para la independencia de Eslovenia, en diciembre de 1990, pesó mucho la ambición popular de convertir el país en una “segunda Suiza”: un país pequeño, céntrico, rico y bien relacionado.
Suiza, sin embargo, es como la madre: no hay más que una. Quizá por suerte en este caso, dado que su situación privilegiada en el mundo se basa en la eficacia y la discreción de su banca, que atrae capitales de todos los lugares y de todos los colores, en particular el negro.
Eslovenia se ha quedado más o menos a la mitad del recorrido que ambicionaba, pero eso no quiere decir que su performance como Estado independiente sea despreciable. Consideremos dos indicadores estadísticos aceptados universalmente para evaluar la riqueza y el bienestar (no son enteramente objetivos, sin embargo, ni enteramente fiables; pero esa es una discusión que no corresponde a estas notas de viaje).
En renta por habitante, estimación de 2018, fuente FMI, Eslovenia figura con 36.566 dólares en el lugar 39 del ranking de las naciones del mundo. Su renta representa poco más de la mitad de la de Suiza (9ª, con 63.379 $). Como orientación complementaria, España (29ª) cuenta con 40.289 $, y Croacia (56ª) con 25.806 $.
En la escala del índice de desarrollo humano, estimación oficial de 2017, Eslovenia ocupa el lugar 25 con un 0,896, justo por delante de España, 26ª con 0,891. Croacia queda bastante más atrás (46ª, 0,831), y Suiza muy por delante (2ª con 0,944).
La inversión de posiciones entre España y Eslovenia en los dos indicadores viene a mostrar, dicho sea de pasada, que la renta eslovena está mejor repartida entre la población que la española, y el bienestar alcanza a un estrato más amplio de habitantes.

Bled, el escenario romántico
La visión del lago glaciar de Bled, con el castillo colgado del acantilado y abajo, en la isla, el campanario de la iglesia de la Asunción reflejado en las aguas de color turquesa, resulta irresistible. Demasiado bella para ser real, y sin embargo “es” real. Las parejas acuden a casarse a la iglesia del lago y, siguiendo una tradición arraigada, el novio sube en brazos a la novia por los 99 escalones de piedra que llevan del embarcadero a la puerta del templo. A la novia se le impone una obligación paralela: la de no decir palabra mientras dura el ascenso. Después de la ceremonia ambos pueden dar tres toques de campana, que se supone que atraen la buena suerte.
Una clientela internacional selecta y fiel acude a Bled todos los años debido a lo idílico del marco y al reclamo de sus aguas termales  El pueblo y las numerosas instalaciones hoteleras y balnearias quedan disimuladas detrás del promontorio del castillo, en un segundo plano discreto. No visitamos, porque el recorrido solo puede hacerse a pie por senderos de montaña, los parajes naturales situados al oeste de Bled: el lago de Bohinj y el parque nacional del macizo de Triglav, en el que se sitúa el punto más alto del país. Toda la zona está poblada de bosques espesos de coníferas. El trayecto de ida y vuelta desde la orilla hasta la isla del lago, lo hicimos en barcas ligeras de dos remos verticales, manejados por un solo remero.
Comimos en Radovljica, un pueblo al sudeste de Bled preservado milagrosamente de las maldiciones del progreso porque la estación de ferrocarril prevista inicialmente acabó por construirse unos kilómetros más allá, en Lesce. Entramos en el restaurante por el taller de pastelería anexo. Apenas cabíamos los noventa en aquel semisótano, pero apreciamos el ritual de bienvenida que nos fue dedicado con buen humor y cierta solemnidad. Luego el almuerzo fue abundante y sabroso, amenizado por valses y polkas cantadas con acompañamiento de armónica, acordeón y violón.
El paseo por el pueblo, después del café, nos dejó una impresión de serenidad. La iglesia, de una fachada original y armoniosa, estaba cerrada. Muchos templos en todo el territorio han sido desafectados del culto, y no hay tal cosa como una confesión religiosa de carácter nacional en el país. Este espíritu cívico laico es otro rasgo diferencial con Croacia, y una de las razones por las que prefiero con mucho la calidad de vida eslovena a la de sus vecinos.

En el subsuelo
Como aperitivo a la inmersión en las cuevas de Postojna visitamos el castillo-cueva de Predjama, donde un bandolero de nombre Erasmus tuvo en jaque durante años a las mesnadas de los gobernantes locales. Escuchamos varias versiones de la leyenda, ninguna de ellas demasiado creíble. Después, al llegar a Postojna nos vimos abducidos sin remedio por el tiovivo estridente de los circuitos de turismo masivo.
Es duro, pero no hay otra forma de visitar las cuevas. Dentro la temperatura es fría y la humedad prácticamente del cien por cien; hay que abrigarse. Montamos en un trenecito que recorrió como una exhalación espacios y más espacios subterráneos de todas las formas y tamaños, adornados con estalactitas de una variedad admirable de diseños y de colores. El tren paró después de adentrarse cinco kilómetros en la roca horadada, y nos dejó delante de una oquedad de dimensiones inmensas. Caminamos en largas filas, primero por un caminillo en cuesta hasta el punto más alto del recorrido señalado, y desde allí en un descenso sinuoso que nos descubría en cada recodo perspectivas nuevas; cruzamos pasarelas, recorrimos túneles estrechos, nos asomamos a abismos, y cruzamos salas tan amplias, y decoradas con tal derroche de recursos ornamentales basados solo en la acción del agua sobre la piedra caliza, que se dirían dignas de un Versalles hundido por algún conjuro bajo tierra. Los móviles echaban humo de tanto fotografiar. Los flashes estaban prohibidos, y dejo constancia de que ninguna de las fotos tiradas por Carmen ha merecido la pena de conservarla.

De vuelta en Liubliana, recuperamos el tempo lento de los paseos y las terrazas junto al río, hasta que los autocares nos recogieron para llevarnos al hotel.