domingo, 2 de septiembre de 2018

LA JUSTICIA SE QUITA LA VENDA DE LOS OJOS


Lula da Silva no se podrá presentar a las elecciones presidenciales de Brasil: así lo ha decidido el Tribunal Supremo Federal después de una larga peripecia en la que un juez, Sérgio Moro, inventó en un alarde de jurisprudencia creativa primero el delito, y luego la pena correspondiente. Una constructora había regalado a Lula un tríplex en Lava Jato, un enclave playero de moda; Lula nunca aceptó el regalo, y nunca ocupó el apartamento regalado. ¿Dónde estaba entonces el delito? Según la “convicción personal” expresada por el juez Moro, estaba en el fuero íntimo del veterano dirigente obrero, que si no llegó a aceptar oficialmente el regalo, ya había “adulterado en su corazón”, según máxima de los evangelios adaptable infinitamente en función de las circunstancias, de modo que sirve tanto para un barrido como para un fregado.
La innovación de Moro siguió adelante a través de varios tribunales superiores, que sucesivamente respaldaron al juez y validaron la condena del sindicalista. Ahora el Tribunal Supremo Federal da el definitivo visto bueno a la tropelía.
Lo llaman Lawfare, guerra jurídica. Consiste en que las normas se aplican de forma diferente en función de las circunstancias que acompañan a las personas. Aquí sabemos también de eso: el juez Llarena inventó un delito de “rebelión”, sin violencia perceptible pero que él definió como de una violencia inmensa “de nuevo tipo”, para el tingladillo del llamado referéndum catalán. La novedad jurídica ha chocado con los usos europeos y no parece haber superado la fase experimental, pero se encontrará un sucedáneo adecuado para seguir adelante con el propósito inicial, que es el de hacer política desde los estrados.
Es lo que ha sucedido en Argentina con Cristina Fernández de Kirchner, a la que se acusó de traición a la nación hasta que alguien se dio cuenta de que en la Constitución tal delito solo existía en una situación de guerra. Entonces la acusaron de encubrimiento. Luego, Macri ha despeñado la economía argentina por unos abismos comparables a los de la Venezuela de Maduro. Comparables en resultados, no en calificación jurídica. Con la complicidad impagable de los grandes medios de comunicación transnacionales, se acusa en todos los foros a Maduro de criminal, mientras Macri encuentra la sincera comprensión y la ayuda benévola del FMI.
El delito de odio y la ley mordaza funcionan en nuestro país solo en una dirección determinada, nunca (¿lo han leído bien?, lo repito: nunca) en la dirección inversa. Los códigos se retuercen para adaptarse a la ideología de las personas. Lo que para una persona concreta es delito, para otra es libertad de expresión. La Justicia ha dejado de ser como la veían los escultores de siglos atrás, con una venda en los ojos y una balanza en la mano. Ni es ciega, ni utiliza el mismo rasero para todos.
Eugenio Ruiz Zaffaroni, un magistrado argentino miembro de la Corte Interamericana de Justicia, ha señalado cómo esta forma de aplicar el derecho penal es funcional a los objetivos que se plantea el sistema financiero global. En una de estas notas apresuradas en contrapunto, yo acusé días atrás a las finanzas globales de parasitismo (1). Zaffaroni va más allá. Asegura en una entrevista que espero tener el gusto de darles a conocer en fechas próximas, que la altísima finanza se propone ocupar el lugar de los Estados y manejar los resortes del poder político en su propio beneficio, con total impunidad. El sistema financiero se comporta, dice Zaffaroni, como una organización criminal.